Page 358 - La sangre manda
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El silencio posterior se le antojó muy largo. Finalmente ella suspiró.

                    —Y yo a ti —dijo.
                    No  le  gustó  el  suspiro,  pero  se  quedaría  con  el  sentimiento.  Habían
               encontrado un bache en el camino —no era el primero ni sería el último—,
               pero lo habían superado. Eso estaba bien. Colgó el auricular y siguió adelante.

                    Cuando  el  día  declinaba  (un  día  precioso,  como  Jackie  Colson  había
               pronosticado),  empezó  a  ver  indicadores  del  albergue  Island  Falls.  Estuvo
               tentado,  pero  decidió  seguir  adelante.  El  Suburban  funcionaba  bien  —de
               hecho, los vaivenes de  la Carretera de Mierda  parecían haberle alineado  la

               parte delantera—, y si rebasaba un poco el límite de velocidad y no lo paraba
               la policía, tal vez llegara a casa antes de las once. Para dormir en su propia
               cama.
                    Y trabajar a la mañana siguiente. Eso también.





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               Entró en su dormitorio poco después de las once y media. Se había quitado
               los zapatos embarrados abajo y procuró no hacer ruido, pero oyó el susurro de

               las sábanas en la oscuridad y supo que Lucy estaba despierta.
                    —Ven aquí, señor mío.
                    Por una vez, esa expresión no lo irritó. Se alegraba de estar en casa, y más
               aún de estar con ella. En cuanto se metió en la cama, Lucy lo rodeó con los

               brazos, lo estrechó (brevemente pero con fuerza), y luego se dio la vuelta y
               volvió  a  dormirse.  Mientras  Drew  se  sumía  él  mismo  en  el  sueño  —esos
               instantes de transición limítrofes en que la mente pasa a ser dúctil—, lo asaltó

               un extraño pensamiento.
                    ¿Y  si  lo  había  seguido  la  rata?  ¿Y  si  estaba  debajo  de  la  cama  en  ese
               mismo momento?
                    No había rata, pensó, y se durmió.





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               —Uau —dijo Brandon con respeto y cierto asombro.
                    Su hermana y él, con las mochilas al hombro, esperaban el autobús en el

               camino de acceso.
                    —¿Qué le has hecho, papá? —preguntó Stacey.





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