Page 362 - La sangre manda
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truncadas, el hombre que había matado a su hijo. No el juez, no el jurado, no

               el verdugo. No. Ese hombre de ahí abajo. De no ser por Jim Averill, su hijo
               estaría en ese momento en México, con una larga vida —¡hasta bien entrado
               el nuevo siglo!— por delante.
                    Prescott amartilló el arma. Puso la mira en el hombre del carruaje. Con el

               dedo en torno a la fría media luna de acero del gatillo, vaciló, indeciso aún
               sobre  lo  que  iba  a  hacer  en  los  cuarenta  segundos  que  el  carruaje  tardaría
               aproximadamente  en  repechar  la  siguiente  cuesta  y  perderse  de  vista.
               ¿Disparar? ¿O dejarlo marchar?

                    Drew pensó en añadir una frase más —«Tomó una decisión»—, pero no
               lo hizo. Eso induciría a algunos lectores, quizá a muchos, a creer que Prescott
               había optado por disparar, y Drew quería dejar esa cuestión sin resolver. Así
               pues, pulsó dos veces intro y escribió:


                                                          FIN

                    Miró esa palabra durante largo rato. Miró la pila de hojas del manuscrito
               colocada entre el ordenador y la impresora; sumando el trabajo de esa última
               sesión, saldrían poco menos de trescientas páginas.
                    Lo  he  conseguido.  Quizá  se  publique  o  quizá  no,  quizá  escriba  otra  o

               quizá no, da igual. Lo he conseguido.
                    Se cubrió la cara con las manos.





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               Lucy pasó la última página dos noches más tarde y miró a Drew como no lo
               miraba  desde  hacía  mucho  tiempo.  Quizá  desde  los  dos  primeros  años  de
               matrimonio, antes de que llegaran los niños.

                    —Drew, es increíble.
                    Él sonrió.
                    —¿De verdad? ¿No lo dices solo porque lo ha escrito tu maridito?
                    Ella negó con la cabeza en un gesto vehemente.
                    —No.  Es  magnífica.  ¡Un  western!  Jamás  lo  habría  dicho.  ¿Cómo  se  te

               ocurrió?
                    Él se encogió de hombros.
                    —Me vino a la cabeza sin más.

                    —¿Disparó ese detestable ranchero a Jim Averill?
                    —No lo sé —contestó Drew.
                    —Pues puede que un editor quiera que lo aclares.



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