Page 351 - La sangre manda
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¡Qué  demonios!,  pensó  Drew.  Es  solo  una  pregunta  hipotética.  Y  para

               colmo dentro de un sueño.
                    —Supongo  que  aceptaría  el  trato  y  formularía  el  deseo  —dijo  Drew.
               Fuera o no un sueño, fuera o no una pregunta hipotética, decir eso le causó
               desazón—. En cualquier caso, se está muriendo.

                    —Tú  terminas  tu  libro  y  Stamper  muere  —dijo  la  rata,  como  para
               cerciorarse de que Drew lo entendía.
                    Drew dirigió a la rata una artera mirada de soslayo.
                    —¿Se publicará el libro?

                    —Estoy  autorizada  a  concederte  el  deseo  si  lo  expresas  —respondió  la
               rata—.  No  estoy  autorizada  a  predecir  el  futuro  de  tu  empeño  literario.
               Puestos  a  adivinar…  —ladeó  la  cabeza—,  diría  que  sí.  Como  ya  he
               mencionado, tienes talento.

                    —Muy  bien  —dijo  Drew—.  Termino  el  libro,  Al  muere.  Como  en
               cualquier caso va a morir, me parece bien. —Solo que no era así, en realidad
               no—. ¿Crees que vivirá al menos el tiempo suficiente para leerlo?
                    —Acabo de decirte…

                    Drew alzó una mano.
                    —No  estás  autorizada  a  predecir  el  futuro  de  mi  empeño  literario,
               entendido. ¿Eso es todo?
                    —Necesito una cosa más.

                    —Si  es  mi  firma  con  sangre  en  un  contrato,  ya  puedes  olvidarte  del
               asunto.
                    —No  todo  tiene  que  ver  contigo,  señor  mío  —dijo  la  rata—.  Tengo
               hambre.

                    Saltó  a  la  silla  del  escritorio,  y  de  ahí  al  suelo.  Se  dirigió  rápidamente
               hacia la mesa de la cocina y cogió una galleta salada, que a Drew debía de
               habérsele caído el día que comió queso fundido y sopa de tomate. Se sentó
               con la galleta entre las patas y se puso manos a la obra. La galleta desapareció

               en cuestión de segundos.
                    —Encantada de hablar contigo —dijo la rata. Acto seguido, cruzó el salón
               como un rayo, entró en la chimenea apagada y desapareció tan deprisa como
               la galleta.

                    —Maldita sea —dijo Drew.
                    Cerró los ojos y al instante volvió a abrirlos. No tenía la sensación de que
               hubiera sido un sueño. Volvió a cerrarlos, los abrió de nuevo. A la tercera vez
               que los cerró, permanecieron cerrados.







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