Page 339 - La sangre manda
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—El teléfono ha hecho un ruido raro.

                    —Ya lo he oído.
                    —¿Tienes comida?
                    —Mucha. —Aunque no le apetecía comer.
                    Ella suspiró.

                    —Entonces  ponte  cómodo.  Llámame  esta  noche  si  todavía  funciona  el
               teléfono.
                    —Te llamaré. Y cuando cambie el tiempo, volveré a casa.
                    —No si hay árboles caídos. No hasta que alguien decida acercarse por ahí

               a despejar la carretera.
                    —La despejaré yo mismo —dijo Drew—. La sierra de cadena de mi padre
               está  en  el  cobertizo  de  las  herramientas,  a  no  ser  que  decidiera  llevársela
               algún  inquilino.  La  gasolina  del  depósito  se  habrá  evaporado,  pero  puedo

               sacar un poco del Suburban haciendo sifón.
                    —Si el resfriado no va a más.
                    —No irá…
                    —Les diré a los niños que estás bien. —Ahora hablando para sí más que

               para él—. No tiene sentido preocuparlos también a ellos.
                    —Me parece buena…
                    —Esto  es  muy  jodido,  Drew.  —No  le  gustaba  que  él  la  interrumpiera,
               pero nunca tenía el menor reparo en interrumpirlo a él—. Quiero que lo sepas.

               Al ponerte en esa situación, nos pones también a nosotros.
                    —Lo siento.
                    —¿El  libro  todavía  va  bien?  Más  vale.  Más  vale  que  merezca  tanta
               preocupación.

                    —Va estupendamente. —Ya no estaba tan seguro de eso, pero ¿qué iba a
               decir? El mal rollo ha empezado otra vez, Lucy, y ahora, para colmo, estoy
               enfermo. ¿Eso la tranquilizaría?
                    —De acuerdo. —Lucy suspiró—. Eres un idiota, pero te quiero.

                    —Yo también t… —El viento aulló, y de pronto la única luz en la cabaña
               era la claridad exigua y acuosa que penetraba por las ventanas—. Lucy, acaba
               de irse la luz. —Habló en tono sereno, y eso estuvo bien.
                    —Ve al cobertizo de las herramientas —dijo ella—. Puede que haya una

               lámpara Coleman…
                    Se produjo otro zumbido de cigarra, y a eso siguió el silencio. Dejó el
               anticuado auricular en la horquilla. Estaba solo.









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