Page 334 - La sangre manda
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por quien sea que quiera mirarnos. Hank, trae esa jarra. Quiero

                        asegurarme de que los chicos de las azoteas vean bien al sheriff
                        tonto emborracharse con sus ayudantes más tontos aún.
                            —¿Tengo que llevar puesto este sombrero? —preguntó Cal
                        Hunt casi en tono lastimero—. ¡Nunca superaré la vergüenza!

                            —Lo  que  debe  preocuparte  es  vivir  hasta  el  amanecer  —
                        dijo Averill—. Ahora vamos. Saquemos esas mecedoras afuera
                        y…


                    Fue  ahí  donde  Drew  se  interrumpió,  embelesado  con  la  imagen  de  la
               pequeña oficina del sheriff de Bitter River, que contenía tres mecedoras. No,

               cuatro mecedoras, porque había que añadir una para el propio Averill. Eso era
               mucho  más  absurdo  que  el  sombrero  vaquero,  que  ocultaba  la  cara  a  Cal
               Hunt, y no solo porque cuatro mecedoras llenarían el condenado espacio. La
               idea  misma  de  las  mecedoras  entraba  en  contradicción  con  las  fuerzas  del

               orden incluso en un pequeño pueblo del oeste como Bitter River. La gente se
               reiría. Drew borró la mayor parte de la frase y examinó lo que quedaba.


                            Saquemos estas


                    Estas  ¿qué?  ¿Sillas?  ¿Habría  siquiera  cuatro  sillas  en  la  oficina  del
               sheriff? Parecía improbable.

                    —No  va  a  haber  una  puta  sala  de  espera  —dijo  Drew,  y  se  enjugó  la
               frente—. No en un…
                    Un  estornudo  lo  sorprendió  y  se  le  escapó  antes  de  taparse  la  boca,
               salpicando  la  pantalla  del  ordenador  de  pequeñas  gotas  de  saliva  que
               distorsionaban las palabras.

                    —¡Joder! ¡Maldita sea, joder!
                    Hizo ademán de coger unos pañuelos de papel para limpiar la pantalla,
               pero la caja de Kleenex estaba vacía. Decidió utilizar un paño de cocina y,

               cuando terminó de limpiar la pantalla, pensó en lo mucho que se parecía el
               paño empapado al pañuelo de Roy DeWitt. El pañuelo manchado de mocos.


                            Saquemos estas


                    ¿Le había subido la fiebre? Drew prefería creer que no, prefería creer que
               el  calor  cada  vez  más  intenso  (unido  a  las  crecientes  palpitaciones  en  la
               cabeza) se debía solo a la presión de intentar resolver el estúpido problema de

               las mecedoras para poder avanzar, pero desde luego daba la impresión…




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