Page 131 - Extraña simiente
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Paul esbozó una sonrisa de disculpa.

                    Descubrir una mentira era bastante más fácil que inventar una. Ese era el
               equilibrio de una mentira y no estaba mal.
                    —¿Qué te parece, Paul? —le preguntó Rachel señalando la fila de platos
               color crema, sonriendo, para ayudarle a construir su mentira.

                    —¡Qué bonito! Deberías haberlo hecho antes, alegra mucho la cocina.
                    El  amor  era  un  asunto  mundano.  Como  la  confianza.  La  confianza  se
               parecía mucho a los platos color crema. La confianza era algo simple y bello
               y…

                    —Cierra con llave, Rachel. Es posible que no vuelva hasta que se haga de
               noche.
                    —¿A dónde vas?
                    —Ahí fuera —dijo señalando el bosque con la cabeza.

                    —¿Por qué, Paul?
                    —¿Por qué? Bueno, tú ya lo sabes, ¿no? Quiero decir…
                    —Haz lo que pienses que tengas que hacer, Paul.
                    —Ese era mi propósito.

                    Arrastrar  todos  los  platos  color  crema  al  suelo.  Tardan  mucho  en
               romperse. Minutos enteros. Minutos largos y estrepitosos.



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                    Ahora,  Paul  preferiría  vivir  en  Nueva  York  a  vivir  aquí.  Nunca  se  lo
               hubiera imaginado. Hace mucho tiempo, contempló la posibilidad de que los
               rigores del invierno podían aislarlos en la casa, incomunicarlos, durante días e
               incluso semanas, pero siempre le pareció preferible a pasar un sucio invierno

               más en Nueva York.
                    Se había olvidado de traer el rifle. ¡Al diablo con el rifle! ¿Para qué lo
               necesitaba? No era exactamente que se le hubiera olvidado, sino que en ese

               preciso momento había pensado que podría necesitarlo y que debía habérselo
               traído. Pero al fin y al cabo, ¿qué más daba?
                    Rachel  sabía,  bueno,  ella  creía  saber,  decía  que  sabía.  Debía  haberla
               interrogado. Aunque, ¿para qué?… Mejor dejarla en paz. Probablemente se
               sentía feliz creyendo ver a través de él.

                    ¿Qué  te  impulsa?  ¿Había  susurrado  él  estas  palabras?  Imposible.  Las
               habría oído…
                    Esto  es  una  tortura  para  ella.  Esta  voz  era  distinta;  era  la  Voz  de  la

               Conciencia. ¡Que hablara! Esto la va a destruir; te la va a destruir, a ella y a



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