Page 138 - Extraña simiente
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Para empezar, esta casa ya no era cualquier casa. Es decir, una casa de

               paso, donde se está un par de noches, se come de vez en cuando. A pesar de
               ello, era un lugar para hacer el amor, aunque todas las evidencias indicaban lo
               contrario: algo artificial, fuera de ella misma. Ya no era un lugar con el que se
               vive, sino un lugar en el que se vive.

                    Ya no era nada de eso.
                    Había cambiado, estaba cambiando, se estaba convirtiendo en algo suyo.
               En una extensión de sí misma.
                    Y ése, precisamente, era el cambio más importante que se había operado

               en ella. Ella estaba empezando a formar un solo cuerpo con la casa y la casa
               empezaba a ser parte de ella. Esto era bueno, cómodo y seguro (quizás esta
               fuera una de las razones por las que Paul había hecho que regresaran a la casa,
               porque a lo mejor él se sentía así desde el principio).

                    El  cambio  se  había  hecho  lentamente,  en  directa  proporción  a  la
               disminución de su ansiedad.
                    Rachel  avanzó  hasta  la  ventana  que  dominaba  los  campos.  Apartó  la
               cortina recién puesta.

                    Hoy, en esta maravillosa y cálida mañana, el cambio se había realizado
               casi totalmente.
                    —Este  es  mi  hogar  —susurró  en  parte  saboreando  la  frase,  en  parte
               probando a escuchar cómo sonaba—. Nuestro hogar —se corrigió—. Nuestro

               hogar. Un lugar para amarnos. El lugar para amarnos.
                    Ese había sido el principal cambio que había observado en Paul, ¿no era
               así?  La  sexualidad.  Bueno,  su  capacidad  amatoria  siempre  había  sido
               excelente. Era su actitud, su actitud hacia ella lo que había cambiado. Ahora,

               por fin, hacían el amor juntos, como al principio. No ella a él ni él a ella, sino
               juntos. Una sola palabra podría describir este nuevo amor…, la perfección.
               No tenía más que un objetivo (qué provinciano sonaba esto, pero qué verdad
               era),  un  objetivo  que,  incomprensiblemente,  se  le  había  escapado  en  los

               últimos seis meses. Ahora, en cambio, había esperanzas de que ese objetivo se
               fuera a cumplir.
                    —Te quiero, Paul —dijo Rachel—. Te quiero tanto…
                    Rachel frunció el ceño. Qué tontería, hablar así, como si la esencia de sus

               palabras pudiera atravesar la distancia que les separaba. Pero bueno, también
               tenía derecho a decir alguna tontería…, ¿no?
                    Rachel soltó la cortina, fue al dormitorio y echó una ojeada al despertador
               que  había  sobre  la  cómoda.  Marcaba  las  once  y  cuarenta  y  cinco  minutos.

               Paul regresaría pronto a casa. Debía haber llegado a las once y media. O, por




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