Page 139 - Extraña simiente
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lo menos, esa había sido la hora a la que había solido volver a casa desde su

               retorno.



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                    Paul no tenía más remedio que admitirlo. Se había perdido. Era algo que
               tenía  que  ocurrir,  tarde  o  temprano.  Y  no  podía  decir  que  no  le  habían
               avisado…  Marsh  se  lo  advirtió  un  día  y  Lumas,  más  de  una  vez,  le  había
               dicho:
                    —No seas imprudente, Paul. Aquí viene gente cada año, gente como tú,

               de la ciudad, cazadores sobre todo. Da la sensación de que son cientos, todos
               deambulando  por  los  bosques,  creyéndose  grandes  rastreadores…  Y  nunca
               falla; cada año se pierden un par de ellos. Pero es que es cada año, ¿sabes?, no

               falla. Y no es que se pierdan un par de horas o un día, no… Se pierden de
               verdad. Para siempre. Se entusiasman siguiendo a algún ciervo, o a lo que sea,
               y salen corriendo detrás del animal sin fijarse ni por un momento en dónde
               están o dónde estaban, en cómo llegaron hasta ese lugar…, y antes de darse
               cuenta de nada, miran a su alrededor y no reconocen nada, como si de repente

               estuvieran  en  otro  planeta.  En  seguida  les  entra  el  pánico.  Y  cuando  eso
               ocurre, están perdidos. Bueno, algunos tienen suerte y encuentran un sendero
               al cabo de un tiempo. Pero otros no. La gran mayoría. ¡Joder!, tiene que haber

               un pueblo entero de cazadores medio locos por aquí, a estas alturas.
                    Paul  sabía  que  lo  primero  que  tenía  que  hacer  era  volver  a  recorrer  el
               camino  mentalmente.  Para  estar  seguro,  seguro  al  ciento  diez  por  ciento.
               Porque estar más o menos seguro o bastante seguro no era suficiente. Pero
               estar seguro, era seguro. Era algo firme. ¿Cuántos —pensó Paul— se habrán

               hecho  a  la  idea  de  ser  olvidados?  (Y  eso  —meditó  Paul—  era  un  buen
               principio.)  Volvió  a  mirar  en  derredor,  críticamente,  casi  con  indiferencia.
               Frunció el ceño. Realmente parecía otro planeta. Pero era el mismo planeta.

               Sólo que… cambiado.
                    Este era el mismo bosque por el que había paseado miles de veces antes.
               Pero ¡claro! Confundía la perspectiva. Porque, en el fondo, no era más que un
               problema de perspectiva, ¿verdad? De modo que el primer paso consistía en
               cambiar de perspectiva. Paul se dio media vuelta y miró en la dirección que

               había  venido.  Vio  sus  huellas,  húmedas  y  oscuras,  que  habían  revuelto  las
               capas de hojas muertas y agujas de pino, exponiéndolas a la luz. Siguió las
               huellas  con  la  mirada  y  vio  que  subían  por  la  pequeña  colina  cubierta  de






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