Page 178 - Extraña simiente
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Paul cogió la lámpara de queroseno que estaba en la estantería y una
enorme bolsa de plástico llena de carne de vaca y de venado que tenía en el
suelo.
—¿Estás segura de que esta bolsa aguantará el peso, Rachel? El plástico
parece muy fino.
—Lo he reforzado poniendo una bolsa dentro de otra —le contestó
Rachel.
—¡Bien pensado! —replicó Paul.
Agárrate a lo mundano, no lo sueltes. De esa materia misma está hecha la
vida…, en eso se basa la cordura —pensó Paul.
Se dirigió a la puerta trasera, Rachel le acompañó y se la abrió.
—Gracias —le dijo.
Salió al pequeño porche cuadrado y levantó la lámpara para iluminar las
empinadas escaleras.
—Cierra esta puerta con llave —le dijo señalándola.
—Y la puerta principal también. Y todas las ventanas. En seguida vuelvo.
Bajó el primer peldaño y se volvió a mirarla, suplicante.
—Por favor, Rachel, haz lo que quieras, pero no salgas fuera.
—Sí, de acuerdo —le contestó ella—. Y ten mucho cuidado.
Cuando se hubo marchado, ella cerró la puerta detrás. Fue al cuarto de
estar, a mirar por la ventana. Apartó la cortina y vio cómo Paul cruzaba el
patio, se dirigía hacia el sendero que comenzaba al norte de la casa y
empezaba a caminar. Paul se detuvo. Saludó con la mano. Ella le devolvió el
saludo y dejó caer la cortina.
—Paul —murmuró—. Esto es algo que tengo que hacer, Paul.
Se dirigió a la chimenea, se aseguró de que la rejilla estaba bien puesta y
fue a la cocina.
Lo tengo que hacer, Paul —se volvió a decir a sí misma.
Cogió su abrigo marrón de lana que estaba colgado en el perchero, se lo
puso y apagó la luz de la cocina.
Abrió la puerta de atrás, salió al porche y esperó hasta que sus ojos se
acostumbraran a la oscuridad.
Bajó las escaleras cautelosamente. Al llegar abajo, se dirigió hacia el
norte.
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