Page 181 - Extraña simiente
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apretó el gatillo. Se disparó el percusor. Bajó el rifle, satisfecho, sintiendo que

               le inundaba una sensación de poder.
                    Rebuscó  en  sus  bolsillos,  extrajo  un  cartucho  y  cargó  el  rifle.  Ahora  sí
               estaba listo.
                    Caminó rápido, únicamente entorpecido un poco por la nieve y el aire frío

               que empezaba a aterirle.
                    «El  arrullador».  Venía  para  adormecer  a  los  agitados  y  apaciguar  a  los
               angustiados. Si pudieran, se lo agradecerían.
                    Cruzó el riachuelo de una zancada y notó que los bordes estaban helados;

               subió por la suave pendiente, torció a la izquierda, pasó bajo el arco y penetró
               en el bosque.
                    Se detuvo un momento. Había pasado mucho tiempo desde la última vez
               que había estado aquí. Probablemente, semanas. Ya habían transcurrido años,

               décadas,  desde  la  última  vez  que  lo  había  visto  así,  habitado  silenciosa  y
               pesadamente por el invierno. Se introdujo más dentro del bosque, moviendo
               la cabeza, vigilando con los ojos, los oídos muy abiertos, constantemente en
               alerta. Los únicos sonidos que oía eran los que hacían sus botas sobre la nieve

               fresca.  No  veía  más  que  la  monotonía  de  un  cielo  gris,  atravesado  por  las
               ramas desnudas de los robles y de las acacias, desgarrado por los árboles de
               hoja perenne.
                    A medida que caminaba, sentía que le invadía una tristeza inexplicable.

               Era la tristeza de la pérdida, de la esperanza perdida; reconoció la tristeza del
               invierno y se sintió triste por saber que él también participaba de esa tristeza.
                    Se detuvo al borde del claro del bosque y vio que unos cuantos huesos, los
               más grandes, sobresalían por encima de la nieve.

                    Color crema sobre blanco. La muerte dormida.
                    Lloró muy fuerte y durante largo rato.
                    Mientras lloraba, se dio cuenta de que la tristeza le estaba contando algo.
                    Le decía que el invierno había hecho su trabajo. Que los niños dormían, al

               fin.
                    Este eufemismo le molestó, y trató de corregirlo mentalmente.
                    Se  dio  cuenta  de  que  no  podía.  De  que  no  podía  encontrar  la  palabra
               adecuada.

                    Se dio media vuelta, y emprendió el camino de regreso a casa.
                    Al pasar bajo el arco de vegetación, se detuvo; se volvió y lanzó el rifle
               lejos de él, con fuerza, dentro del bosque. Antes de poder ver dónde había
               caído, se dio media vuelta otra vez, hacia la casa.







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