Page 185 - Extraña simiente
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leña en el suelo, cerca de la chimenea.

                    —¿Crees que va a nevar, Paul?
                    Paul se acomodó en su sillón tapizado y contestó:
                    —No. El cielo está muy despejado. Se ven cantidad de estrellas. Pienso
               que sólo va a hacer un frío tremendo.

                    Rachel señaló hacia la base de la pared norte de la habitación.
                    Paul miró hacia allá.
                    —Bueno, pues… ya está funcionando la estufa —dijo Rachel—. Es una
               ayuda, ¿no?

                    —Sí —respondió Paul—. Gracias.
                    El  gato,  el  señor  Higgins,  entró  por  la  puerta  de  la  cocina,  se  acercó
               sigilosamente a Paul y saltó sobre sus rodillas.
                    —¡Ah, qué susto! —murmuró Paul.

                    Observó, molesto, que el gato daba un par de vueltas, buscando la postura
               más cómoda.
                    —No sé por qué este gato me encuentra tan condenadamente atractivo,
               Rachel.

                    Rachel  hizo  una  mueca  y  levantó  el  gato  suavemente  de  su  regazo,  lo
               sostuvo en el aire y lo acarició.
                    —Será porque conoce tu verdadera naturaleza, Paul.
                    —Bueno, bueno… Me gustaría que lo dejaras fuera, ¿sabes?

                    —A él le disgusta el frío tanto como a ti, Paul.
                    Paul se puso en pie abruptamente, hundió las manos en los bolsillos, miró
               de reojo a su derecha, hacia la chimenea y a la izquierda, hacia la estufa.
                    —Pero, ¿qué ocurre, Paul?

                    Paul empezó a ir y venir por la habitación.
                    —No lo sé —contestó—, supongo que habré tomado demasiado café. No
               lo sé.
                    De pronto, se detuvo en medio de la habitación, se volvió bruscamente y

               se  metió  en  la  cocina.  Rachel  se  quedó  en  el  cuarto  de  estar,  con  el  gato
               todavía  en  brazos.  Se  quedó  esperando.  Sabía  que  en  un  momento,  Paul
               volvería  a  entrar  al  cuarto  de  estar,  seguiría  paseando  un  ratito  por  la
               habitación  y  que  finalmente  se  derrumbaría  en  el  sillón  como  si  estuviera

               agotado.  Esa  había  sido  la  rutina  nocturna  durante  la  última  semana:  los
               paseos, la preocupación por mantener el calor, la hora de vigilancia al lado de
               la  ventana  trasera.  Esa  hora  estaba  a  punto  de  llegar,  seguramente  daría
               comienzo en cuanto hubiera descansado un momento. Paul volvió a aparecer

               por la puerta de la cocina. Se detuvo un momento en el umbral de la puerta.




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