Page 187 - Extraña simiente
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Él la miró sorprendido durante un momento y luego desvió la mirada
hacia la ventana.
—¿Que te lo cuente? —preguntó sin expresión ninguna en la voz—. ¿Qué
quieres que te cuente?
—Todo lo que me has estado ocultando estas semanas. Quiero saberlo,
quiero saberlo todo, lo necesito.
—No te he estado ocultando nada. Lo que te ha ocurrido a ti, nos ha
sucedido a los dos. Hemos sido… arrastrados. ¡Hemos sido arrastrados!
—¡La magia…! volvía a jugar.
—No, Paul. Es más que eso. Estoy segura. Que tú y yo hayamos sido
arrastrados no explica nada, no…
—¡Silencio! —silbó entre dientes.
Rachel notó que la sujetaba con más fuerza.
—¿Qué ocurre, Paul?
—¡Silencio! —repitió—. Apaga esa luz.
—Pero, ¿ves algo, Paul? ¿Qué…?
—Haz lo que te digo, Rachel. ¡Ahora mismo!
Rachel cruzó la habitación, apagó la lámpara, volvió a la ventana y trató
de hacerse un sitio al lado de Paul.
—¡Espera! —le ordenó.
—¿Qué ves, Paul?
Paul se quedó silencioso durante unos instantes.
—¿Paul?
—No lo sé. Una luz. Algo. Quizá sea Venus.
Paul dio un paso hacia su derecha.
—Mira tú —añadió.
Rachel miró. La fina capa de nieve parecía vagamente luminosa, como si
la tierra que hubiera debajo fuera algo fosforescente; Rachel había observado
este fenómeno muchas veces, incluso antes de venir a esta casa y siempre la
había intrigado. ¿La nieve brilla siempre tanto?
Por encima del horizonte oeste, al norte y al sur, y hasta donde la parte
superior de la ventana permitía ver, multitud de estrellas de cien magnitudes
distintas se agrupaban. Algunos grupos resultaban familiares —la Osa Mayor
al noroeste, Orión al sur— y parecían abarrotados, parecía como si
constelaciones completamente nuevas se hubieran formado con menos
estrellas. En el horizonte oeste, el bosque —ahora desdibujado y negro— se
insertaba entre la tierra y el cielo.
Rachel entrecerró los ojos.
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