Page 201 - MITOS GRIEGOS e historiografía antigua
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Dios del César, es decir, la Iglesia del Estado sólo en el plano teórico,
pues su creación de «Ciudad» tendrá las mismas connotaciones: pre
tender la universalidad y el gobierno de la Ciudad de Dios lleva implí
cito también un gobierno político. Iglesia=Estado. Así todo lo necesa
rio para alcanzar a Dios es justicia. Esta justicia de condenar a todos y
esta misericordia de salvar a algunos es lo que da un angustioso sentido
a la visión agustiniana de la Historia. Al escribir La Ciudad de Dios,
Agustín no pretendía únicamente narrar unos hechos, sino «darles un
sentido», dotarlos de vina ideología. Se ha afirmado que Agustín es el
primer filósofo de la historia. Otras veces se ha negado ese mismo ca
rácter46 y se ha discutido sobre si él es o no el nexo entre el mundo
antiguo y el medieval47
La angustia agustiniana por el tiempo y el Destino, se hace patente
en el übro XXII y último de De Civitate Dei, redactado en el año 427,
tres años antes de su muerte. Aunque era ya muy anciano (72 años) este
libro y este texto nos muestran aún el vigor y apasionamiento en la
defensa de Dios48 y lo divino. Es una muestra de gratitud a él, y resume
en cierto modo la postura ideológica respecto a su obra y a sí mismo.
Aquí se narra cómo los elegidos, los cristianos, liberados de la impie
dad participan en la Ciudad de Dios. Roma es la personificación terre
nal del ideal divino,49 la ciudad imperfecta, la ciudad del demonio; de
la cual sólo Dios puede rescatar. Aquí otros provocan odios, y se señala
la ingratitud de éstos cuando, siendo devastada la ciudad en el 410,
encontraron refugio en las basílicas y capillas cristianas que son prueba
evidente de la presencia y misericordia divinas. También en la guerra la
providencia divina actúa: Alarico ordena que sean respetados los tem
plos cristianos. Allí se cobijaban todos: los buenos, y aquellos otros que
ahora difaman de Cristo. Finalmente aparece una reflexión de Agustín:
la guerra era necesaria para castigar a los hombres depravados. Y esa
guerra está justificada, pues tiene origen en una decisión divina.50
46 Según K. Lowith, El sentido de la historia, Madrid 1968, 238, «no es una filosofía de la
Historia, sino una interpretación dogmático-histórica del cristianismo».
47 H.I. Marrou, Saint Augustin et la fin de la culture antique, Paris 1949.
48 Posidio, Vita Augustini, XXXI, 4. Discípulo y biógrafo suyo, dice que S. Agustín hasta los
últimos meses de su vida «se presentaba vivo de cuerpo y espíritu en las iglesias abarrota
das de gente».
49 A. Lauras, «Dos ciudades, Jerusalem y Babilonia. Formación y evolución de un tema central
del De Civitate Dei», en ECD, 1954, 151 ss.
50 J. Ferrater, op. cit., 32