Page 81 - Lo Inevitable del Amor
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Quizá fue ese incidente lo que hizo que no reparara en nada más de lo que
      sucedió aquel fin de semana, pero ahora no sé por qué, recordándolo, creo que
      aquella  pequeña  discusión  entre  la  mexicana  y  yo  no  fue  el  motivo  de  que
      adelantáramos nuestra marcha al domingo muy temprano, cuando el plan era
      quedarnos hasta el martes. Con Óscar también discutió el sábado por la noche,
      según me contó cuando vino a la cama.
        Yo me fui a acostar un poco antes y ellos se quedaron hablando en el salón.
      Yo  estaba  durmiendo,  así  que  no  los  escuché,  pero  cuando  Óscar  llegó  a  la
      habitación me dijo que Estefanía quería que nos marcháramos de allí lo antes
      posible. Y eso hicimos. Al día siguiente, madrugamos y salimos de la casa de mi
      padre y su mujer sin ni siquiera desayunar. Me dio pena por mi padre, que se
      quedó un poco triste despidiéndonos, pero lo hablamos días después y aquel fin de
      semana quedó olvidado para siempre. O no del todo, porque yo ahora me estoy
      acordando de lo que pasó y hay cosas que no me cuadran. Debe de ser porque
      solemos ver lo que queremos ver y oímos lo que queremos oír.
        —¡Hola, Antonio! —es mi padre el que coge el teléfono fijo de su casa en
      Santander.
        —¡Hola, María! ¿Qué tal estás?
        —Muy bien. ¿Y tú?
        —Aquí tirando, pero bien. ¿Cómo está tu madre?
        —Se encuentra bien, a pesar de todo.
        —La verdad es que está muy entera. Luego la llamaré. Llevo un par de días
      que no hablo con ella.
        —¿Está Estefanía? —le pregunto cambiando de conversación.
        —¿Estefanía?
        —Sí. Quiero hablar con ella.
        Mi padre se sorprende mucho, como es natural, de que yo quiera hablar con
      Estefanía y me advierte que no quiere problemas.
        —No te preocupes —le tranquilizo—, te aseguro que no vamos a discutir.
        La mexicana tarda en ponerse un rato, supongo que mientras se repone de la
      sorpresa que le debe de haber supuesto mi intención de querer hablar con ella.
        —¿Diga?
        —¡Hola, Estefanía! ¿Qué tal estás?
        —Bien, bien —dice sorprendida.
        —¿Qué pasó aquel fin de semana?
        —¿Cómo? —dice aún más sorprendida.
        —¿Por qué dijiste que querías que nos marcháramos de allí?
        —Ya ha pasado mucho tiempo. Dejémoslo estar.
        —Creo que no fue por la discusión que tuvimos tú y yo, ¿verdad?
        —¡Qué más da! —insiste en no remover más las cosas.
        —¡Cuéntamelo, por favor!
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