Page 84 - Lo Inevitable del Amor
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de pasta negra y vestido con un pantalón vaquero y una camisa blanca. Es de
      esos tipos a los que siempre parece que la ropa le viene grande.
        —El señor Dawson nos contrató para investigar a su marido. Nos contó que
      en el estudio, a pesar de ser de usted, era él quien manejaba todas las finanzas. El
      señor Dawson iba a invertir mucho dinero en su empresa y quería estar seguro
      de que su esposo era de fiar. Primero supimos que tenía una amante, pero la gran
      sorpresa llegó cuando supimos quién era realmente. ¡Vaya prenda!
        —Ya vi algo en su informe.
        —Ha estado varias veces en la cárcel por distintas estafas, suplantación de
      personalidad, falsificación…
        El detective y yo repasamos la fecha en la que Gene estuvo en la agencia por
      última  vez.  Le  dijo  que  iba  a  revelarme  toda  la  verdad.  Sólo  un  rato  después
      debió de tener el accidente.
        —¿Y a qué vino aquí ese día?
        —A pagarnos los honorarios de la investigación. Nos dijo que había quedado
      con usted y que llegaba tarde. Liquidó la factura de la investigación y se marchó.
        —A mí me llamó para decirme que se retrasaba un poco, que estaba reunido.
        —Pues  estaba  reunido  conmigo.  Se  despidió  de  mí  y  me  dijo  que  iba  a
      contarle  por  fin  a  usted  que  era  su  padre  y  todo  lo  que  nosotros  habíamos
      descubierto de Óscar.
      Beso a Eugenio, que llega a la cafetería en la que hemos quedado con un traje un
      poco más llamativo de lo que en él suele ser habitual. Es de cuadros azul oscuro,
      precioso. Y azul más claro con lunares es el pañuelo que lleva en el bolsillo de la
      chaqueta. La camisa blanca tiene el cuello duro y los picos algo largos, que luce
      abiertos sin corbata. Está muy guapo. Bueno, mejor y más preciso sería decir
      que  está  muy  bueno.  Por  un  momento  siento  rabia  de  que  esta  cita  en  esta
      cafetería no sea para después subir a la habitación de un hotel y tomarnos una
      botella de champán antes de acostarnos. Pero ahora no estoy para eso.
        —¡Qué guapo!
        —¡Gracias! —me contesta—. ¿Y tú cómo estás?
        —Tirando.
        —Cuéntame.
        Y eso voy a hacer. Para qué andarme por las ramas si todo lo que me pasa
      está tan elaborado en mi interior que es absurdo darle muchas vueltas. Bebo un
      trago  de  cerveza  un  poco  más  grande  de  lo  normal  y  se  lo  cuento  todo  de
      seguido.
        —Mi madre tiene cáncer de garganta y se va a morir muy pronto, mis hijas
      tienen problemas y mi marido y su amante me han querido estafar.
        Cuando termino, le doy a la cerveza otro trago largo y me la acabo. Eugenio
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