Page 91 - Lo Inevitable del Amor
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Eugenio no está de acuerdo en marcharse, pero me he empeñado e irá. Le he
pedido que vaya a Nueva York para traerse todos los enseres de Gene. Los
muebles y las obras de arte. La casa está a punto de acabarse y para decorarla
quiero utilizar muchas de las cosas que había en el apartamento de Manhattan.
Ahora, sin Óscar, tengo que estar casi todo el tiempo con las niñas cuando salgo
del estudio y, además, con mi madre así yo no puedo desaparecer. He hecho
unos poderes para que Eugenio pueda traerse todo a España. Naturalmente, ya
están al corriente en Skadden. William Smith estuvo tan amable como siempre.
Asegura que no habrá problemas. La mudanza será cara y más con los seguros
obligatorios para el transporte, pero merecerá la pena. Ya he hablado con Blanca
Ríos para que me ayude a decorar la casa cuando los muebles estén aquí. Sé que
van a encajar muy bien en la nueva casa. Sobre todo, van a encajar muy bien
conmigo.
Y yo que, a todo esto, estoy celosa. He llegado a pensar que quiero que
Eugenio se vaya a Nueva York para que se separe de la tal Clara. Pero no. Su
viaje a Nueva York es muy necesario para mí, necesito traer todo lo que tenía
Gene. Naturalmente, nadie, y menos que nadie, él, sabe de mis celos. Me
esfuerzo tanto en disimular que esta misma noche me va a presentar a Clara.
Primero hemos quedado él y yo a tomar algo para ultimar el viaje y después
vamos a cenar con ella en un restaurante japonés al que Eugenio quiere
invitarnos: a veces los hombres son, inevitablemente, hombres. He dicho que sí a
esa cita, faltaría más, después de decirme que era muy importante para él. Y
allá vamos en el taxi camino del japonés donde voy a conocer a Clara. Espero
ser capaz de ser amable, como lo sería de no importarme.
Eugenio y yo pedimos unas cervezas japonesas porque Clara no ha llegado
todavía. A mí la cerveza me gusta de barril y bien tirada y por eso me dan rabia
los restaurantes en los que no hay grifo de cerveza. Hace frío en el restaurante,
yo no sé qué les pasa con el aire acondicionado. No entienden que se inventó
para no pasar calor, no para morirte de frío. Y las mesas. Qué manía de poner
las mesas tan juntas, que el de al lado se entera de todo lo que dices y…
—¿Qué te pasa? —pregunta Eugenio, sacándome de mis pensamientos—.
¿Estás a disgusto por algo?
—No, no, qué va. Estoy fenomenal.