Page 137 - Abrázame Fuerte
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El otro día, en el chat, le insinuó que quería hablar de Bea. A lo mejor le
quiere preguntar cosas como qué le podría regalar para su cumpleaños, o adónde
la puede llevar de viaje. Pero lo cierto es que Silvia se está haciendo ilusiones.
¿Ilusiones para nada? Tal vez sea lo mejor. No está nada bien liarse con el novio
de una amiga, y Silvia, tal y como es ella, no lo haría jamás. Antes que eso, Bea
y Sergio tendrían que cortar, a su amiga no tendría que importarle que Silvia
empezara algo con su ex y ella tendría que estar convencida de que él es el
hombre de su vida. ¡Dios! ¡Qué complicado! Toma un sorbo de té y se da cuenta
de que está helado. Mira la hora. Son las ocho y media. Qué extraño… Una de
las cosas que Sergio y ella tienen en común es que no suelen retrasarse. Bueno,
eso es lo que le dijo él un día por chat.
Silvia se ha despistado y no ha estado todo el rato controlando la puerta, pero
si el chico hubiera salido, la habría visto. ¿Y si la ha visto y se ha marchado? ¿Y si
se ha arrepentido? ¿Y si Bea ha ido a buscarlo por sorpresa? Silvia no sabe muy
bien qué hacer ni qué pensar. ¿Lo llama? Decide esperar unos minutos.
Esos minutos se le hacen eternos. Ya no aguanta más. Coge el móvil
temblorosa y se decide. Salta el buzón de voz, y ella duda si dejar un mensaje o
no; al final lo hace.
Hola Sergio, soy Silvia. Nada, que estoy aquí en el bar de la plaza, delante
de la academia. Bueno, no sé… Espero un rato más. Supongo que estarás
liado con una reunión o algo, ¿no?
Cuelga el teléfono con un mal rollo enorme. No tiene demasiado claro que él
esté en la academia. Son casi las nueve de la noche. Entonces observa a un señor
que sale; parece el conserje. Cierra la puerta con llave y se marcha. Está claro.
No queda nadie dentro, y Sergio no se ha presentado.
Silvia deja el dinero del té con leche encima de la mesa y se marcha
corriendo.
—¡Chica, que te dejas el cambio! —le grita el camarero.
—¡Para ti! —contesta Silvia desde lejos con la voz entrecortada.
Está muerta de frío. No tiene ganas de hablar con nadie. Sólo quiere que
pasen las horas para encontrar una respuesta en su móvil. Entonces se decide. Lo
apaga y se mete en el primer cine que encuentra. No sabe ni por qué ha entrado.
No le importa. No quiere pensar.
Unas horas antes, en casa de Sergio
Sergio y Manu acaban de comer. Están con los cafés cuando llaman a la puerta.
Es el vecino, Vladimir, que va allí con una botella de vodka. Acaba de llegar de