Page 125 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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El  mago,  granjero  de  las  mejores  semillas,  se  encaminó  hacia
     Eresh, la ciudad de la diosa Nisaba. Llegó al gran establo, la casa don­
     de  viven  las  vacas.  La  vaca  al  verle  en  el  establo  movió  su  cabeza
     hacia  él.  El  mago  le  habló  a  la  vaca.  Conversó  con  ella  como  si
     fuera  un  ser  humano:
       — Oh, vaca, ¿quién se come tu crema? ¿Quién se bebe tu leche?
       La  vaca  le  respondió:
       — Nisaba se  come  mi  crema, Nisaba se  bebe  mi leche. Mi  que­
     so, que  está  bien  hecho  para  el  sagrado  mush,  está  colocado  como
     se  debe  en  la  gran  sede, la  sede  de  Nisaba. Traerán  mi  crema  del
     sagrado  establo  para  el  señor,  traerán  también  mi  leche  del  sagra­
     do  aprisco  para  el  señor.
       La  fiel  vaca  salvaje  Nisaba, la  primogénita  de  Enlil,  no  dejaba
     levantarse  al  hombre.
       — ¡Vaca — dijo  el  mago, lanzando  un  conjuro— , que  tu  crema
     vaya  a  tu  cuerno,  que  tu  leche  vaya  a  tu  lomo!
       Y   en  virtud  de  la magia, la  crema  de  la vaca  fue  a  su  cuerno  y
     la  leche  a  su  lomo.


       Luego,  el  mago  marchó  al  aprisco  de  las  ovejas,  al  aprisco  de
     Nisaba.  La  cabra  al  verle  movió  su  cabeza  hacia  él.  El  mago  le
     habló  a  la  cabra. Conversó  con  ella  como  si  fuera  un  ser  humano:
       — Oh, cabra, ¿quién se come tu crema? ¿Quién se bebe tu leche?
       La  cabra  le  respondió:
       -—Nisaba  se  come  mi  crema, Nisaba  se  bebe  mi  leche...
       La cabra repitió las mismas palabras que antes había dicho la vaca.
    Y  el  mago, asimismo, le  lanzó  un  conjuro.


       Aquel  día,  el  mago  convirtió  el  establo  y  el  aprisco  en  una
    casa  de  silencio, provocó  la  ruina.  No  había  leche  en  la  ubre  de
    la vaca: el día se oscureció para el ternero; el ternerillo estaba ham­
    briento, lloraba amargamente. No  había tampoco leche  en la  ubre
    de  la  cabra:  el  cabritillo  lloraba  amargamente.  El  cabritillo  y  su
    cabra  estaban  tumbados, muriéndose  de  hambre,  su  vida  se  apa­
    gaba.




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