Page 131 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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comienzo del lamento  de  su  mujer, los Anunnaki, los  dioses  de  ÍH
        cordilleras, se fueron corriendo veloces, y como hormigas, se metiel
        ron  en  las  grietas  del suelo.
          El  Pájaro  del Trueno  dijo  a  su  mujer:
          — En verdad, el miedo arde en mi nido. Arde como el anillo alrel
        dedor  del  dios  Nanna, anillo  que  es  causa  de  grandes  temores. Ef|
        verdad, al  igual  que  los  eclipses  del  dios  luna  Nanna, mi  nido  esti
        ardiendo  de  miedo.  En  verdad,  está  lleno  de  terror  como  lo  estl
        una  manada  al  ser  atacada por los  leones  de  las  montañas.  ;Quiér|
        querría  secuestrar  a  mi  cría  de  su  nido?  ¿Quién  querría  secuestraff
        a  un  pequeño  Pájaro  del Trueno  de  su  nido?
          Sin embargo, cuando el Pájaro del Trueno volvió a su nido, cuan-l
        do  penetró  en  él, vio  que  el  nido  había  sido  tratado  como  si  fue-:
       ra  un  lugar  en  donde  viviera  un  dios.  Quedó, como  no  podía  ser!
       menos,  encantado.  Su  cría  estaba  en  el  nido, habían  pintado  khoîi
       alrededor  de  sus  ojos, embelleciéndolos, habían  clavado  ramitas  de:
        cedro  blanco  en  el  pico, habían puesto  grasa  sacada  de  carne  sala­
       da  en  su  cabeza.
          El Pájaro  se  glorificó y se  alabó  a  sí mismo. Alabándose  se  dijo:
          — «Soy  el  príncipe  que  toma  las decisiones  en  el  río Tigris, soy:
       el  vidente  para  los justos  que  consultan  a  Enlil,  el  Gran  Monte, el
       dios  de  los  destinos.  Mi  padre  Enlil  me  trajo, me  hizo  cerrar  con
       llave  una gran puerta en la cara de las montañas. Cuando he toma­
       do  una  decisión,  ¿quién  podría  cambiarla?  Cuando  he  dictado  un
       decreto, ¿quién podría  transgredirlo?»
          Luego, en señal de agradecimiento, se  dirigió  al ser que se hubo
       portado  tan  excelentemente  con  su polluelo.
          — ¡Oh, tú  que  así  has  tratado  a  mi  nido!  Si  eres  un  dios, déja­
       me  hablar  contigo.  Con  gusto  te  convertiría  en  mi  compañero.  Si
       fueras un humano, déjame  decretarte un nuevo  estado. N o te deja­
       ré  que  tengas  oponente  en las  montañas.  ¡Y, además, te  convertirás
       en  un  príncipe  con  el poder del  Pájaro  del Trueno!
          Lugalbanda  hizo  acto  de  presencia. En parte  por reverencia,  en
       parte  por  gozo  del  corazón,  honró  y  alabó  al  Pájaro  del Trueno.
       Haciendo  uso  de  la palabra  le  dijo:


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