Page 194 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
P. 194
para abatir la Montaña. Para abatir la Montaña, oh Ninurta, Enlil
no te debía haber enviado ninguna ayuda.
Todavía estaban estas palabras en los labios de Nuska, cuando
Ninurta — látigo y aguijón enfundados en su vaina, y junto a ésta
su maza, su arma de guerra— alcanzó las afueras de Nippur. Lle
gado luego ante el templo de Enlil, penetró en el mismo con toda
solemnidad. Allí colocó a sus uros capturados, y con ellos a sus
vacas tomadas como botín. Colocó también los despojos de las ciu
dades que había saqueado.
Los Anunna, maravillados, le miraron respetuosamente, y se incli
naron ante él. Igualmente, el propio Enlil se inclinó ante su hijo.
Ashimbabbar, el que se eleva brillantemente — así se le llamaba tam
bién al dios luna Nanna— , le invocó. Habló con él brevemente. Asi
mismo, la gran madre Ninlil, desde el Kiur, su espacio sagrado en
el Ekur, le aduló con estas palabras:
— ¡Uro de cuernos temibles! ¡Oh hijo de Enlil, has abatido la
Montaña! Has vencido, valiente Señor, has domeñado a la región
rebelde.
Ninurta respondió a Ninlil:
— Madre mía, yo solo no habría podido realizar tan ma^na
empresa. Solo nunca habría podido, oh Ninlil. Pero contigo, con
tu ayuda, lo he podido conseguir.
Tras estas palabras de gratitud dirigidas a la esposa de Enlil,
Ninurta comenzó a autoglorificarse ante su madre y los demás dio
ses, que habían acudido al Kiur.
— Dioses, para llevar a cabo un combate tan grandioso como la
inmensidad del cielo— dijo Ninurta, mientras miraba a su alrede
dor— ninguno habría podido rivalizar conmigo. Como un cata
clismo he atacado la región rebelde, he logrado demoler la Mon
taña, como si se tratase de una choza de cañas. Semejante a una
inundación inmensa mi batalla ha recubierto la Montaña. Con un
cuerpo y musculatura de león mi batalla ha saltado contra la región
rebelde, de la cual sus dioses, enloquecidos, han huido hacia los
montes, batiendo las alas, cual una bandada de pájaros y como uros
cazados en los pastizales. ¿Quién, pues, puede afrontar mi resplan-
- 198 -