Page 197 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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— Que  mi  querida  ciudad,  el  santo  lugar  de  Nippur, alce  hasta
     el  cielo  su  pináculo  y  que  lo  lleve  sobre  las  ciudades  de  mis  her­
     manos.  Que  mi  templo  se  eleve  como  una  ola  por  encima  de  los
     templos  de mis hermanos. Que  el  territorio  de  mi  ciudad sea  para
     Sumer el Pozo de agua dulce. Que mis divinos hermanos, los Anun­
     na,  acudan  a  él  a  prosternarse.  Que  los  pájaros  nidifiquen  en  él  y
     que  se  sosieguen, a  mi  sombra, aquéllos  que  en  él  se  refugien.
        Cuando  Ninurta  abandonó  el  templo  de  Enlil,  entonces  Nin-
     karnunna,  el  bravo,  el  valiente  de  rostro  brillantísimo, puesto  que
     había  oído  estos  bondadosos  votos,  se  dirigió  hacia  el  Señor  y  le
     hizo  la  siguiente  petición:
        — Soberano  mío,  Ninurta,  ¡queda  en  paz  con  tu  ciudad  biena­
     mada!  ¡Quédate  en  paz,  Señor,  quédate  en  paz  con  el  santo  lugar
     de  Nippur,  tu  ciudad  bienamada!  Cuando  tú  penetres  personal­
     mente  en  el  Eshumesha,  tu  querido  santuario,  dile  a  tu  esposa,  la
     joven  Ninnibru, lo  que  tú  tienes  en  el  corazón. Dile  lo  que  tienes
     en  el  alma  y  hazle  partícipe  de  la  decisión  favorable  y  duradera,
     tomadas  por  ti  en  favor  del  rey.
        De  aquella  manera  Ninkarnunna, hijo  del  Príncipe,  al  articular
     esta plegaria  en  la  que  hablaba  de  prosperidad, refrescó  el  corazón
     de  Ninurta.
        A  causa  de  aquella plegaria y  cuando  el  Héroe  iba  a  hacer  evi­
     dente su posesión de los me eternos, Ninurta, en presencia de todos,
     se  acercó, satisfecho,  al  Eshumesha.  Miró  favorablemente  a  Nin­
     karnunna y después de haber entrado en su templo, a su joven espo­
     sa,  a  Ninnibru, le  dijo  Ninurta  cuanto  tenía  en  su  corazón,  todo
     lo  que  tenía  en  su  alma. Le  hizo  partícipe  de  la  decisión  favorable
     y  duradera  que  había  tomado  en  favor  del  rey.
        Así  fue  como  el  valiente, de  méritos  esplendorosos, Ninurta,  el
     hijo  de  Enlil, instaló  su  grandeza  en  el  santuario  de  Enlil.
        ¡Señor,  destructor  de  la  Montaña  inigualable,  tú  que  te  habías
     lanzado  fogosamente  a  luchar  en  aquella  gigantesca  batalla,  gran
     guerrero, hijo de tus obras, omnipotente cataclismo de Enlil, Ninur­
     ta,  retoño  glorioso  del  Ekur,  orgullo  del  padre  que  te  ha  engen­
     drado,  cuán  dulce  y  agradable  es  celebrarte!



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