Page 274 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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Erra  le  respondía  a  Ishum, su  heraldo:
          — Ishum, presta  atención  y  escucha  lo  que  te  voy  a  decir  res­
       pecto  a  las  gentes  de  los  lugares  habitados  y  sobre  las  que  tú  me
       has  pedido  gracia, oh  tú,  heraldo  de  los  dioses,  sabio  Ishum,  cuyo
       consejo  es  bueno. Atiende:  en  los  cielos  soy  un  toro  salvaje,  en  la
       tierra  soy  un  león, en  el país  soy el  rey, entre  los  dioses  soy el  máí
       furibundo,  entre  los  Igigi  soy  el  héroe,  entre  los Anunnaki  soy  el
       más  fuerte, entre  el  ganado  soy  el  degollador, en la montaña soy e]
       carnero,  en  el  cañaveral  soy  Girra,  el  fuego,  en  la  montaña  soy  e]
       hacha de guerra, en el sendero  de guerra soy el estandarte. Yo sople
       al  igual  que  el  viento, como Adad yo  trueno  y  como  Shamash yo
       contemplo  la  totalidad  del  orbe.  Cuando  trepo  a  la  montaña  sö)
       un  muflón,  cuando  penetro  en  las  ruinas  me  establezco  allí  per­
       manentemente. Todos  los  dioses  temen  mi  combate  y,  sin  embar­
       go, los  hombres, los  «cabezas  negras»,  muestran  desprecio  por  mí;
       Yo  enfureceré  a  dicho  príncipe,  le  haré  abandonar  su  morada  y
       destruiré  a  la  humanidad, porque  ella  no  ha  temido  mi  nombre y
       porque  habiendo  rechazado  la  palabra  del  príncipe  Marduk  actúa
       a  su  antojo.
          El  héroe  Erra, abandonando  su  sede  del Emeslam  en  la  ciudad
       de  Kutha, se  dirigió  hacia  Shuanna  — esto  es, Babilonia— , la  ciu­
       dad  del  rey  de  los  dioses.  Llegado  a  ella,  entró  en  el  imponen«
       Esagila, el  templo  del  Cielo y de  la Tierra, y se presentó  ante Mar­
       duk. Tomó  luego  la  palabra y  dijo  al  rey  de  los  dioses:
          — ¿Por qué tu preciosa imagen, oh Marduk, insignia de tu sober
       ranía, está manchada, imagen que, como las  estrellas del cielo, debe­
       ría  estar  plena  de  esplendor?  ¿Por  qué  el  aspecto  de  tu  soberará
       corona  está  velado,  corona  que  debería  de  iluminar  tanto  el  Eha-
       lanki — la capilla de tu esposa—  como  el Etemenanki, la gran torre
       escalonada?
          El  rey  de  los  dioses  tomó  la  palabra  y  le  respondió  a  Erra,  el
       héroe  de  los  dioses:
          — Héroe  Erra, he  aquí  lo  que  voy  a  contestarte  a propósito  del
       trabajo  que  me  has  indicado  hacer.  Cuando  hace  ya  mucho  tiem­
       po  yo  me  había  encolerizado  y  abandonado  mi  sede  y  desencadé-


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