Page 281 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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haces  abrir  su  entendimiento.  En  consecuencia,  ¿por  qué  hablas
   como  un  ignorante  y  me  aconsejas  como  si  fueses  uno  que  no
   conoce  lo  que  Marduk  ha  dicho?  El  rey  de  los  dioses  ha  marcha­
   do de su sede: ¿cómo podrían permanecer estables las cosas de todos
   los  países?  El  se  ha  quitado  la  corona  de  su  soberanía  y los  reyes  y
   príncipes, al  igual  que  sus  súbditos, olvidan  sus  deberes. Él  ha  des­
   hecho  la  «Hebilla  de  su  cintura»,  su  santo  emblema  y, por lo  tan­
   to, han  quedado  sueltos  los  vínculos  entre  el  dios  y  el  hombre  y
   van  a  ser, en  adelante,  difíciles  de  reanudar. El  terrible  Girra  había
   hecho  brillar  su  imagen  como  el  día  y  había  hecho  resurgir  su
   melammu, esto es, su divino resplandor: su mano derecha podía, pues,
   empuñar  el  mittu, su  arma suprema, y la  mirada  del príncipe  Mar­
   duk  volverse  furiosa.


      Sigue una  importante  rotura  de  unas  20 líneas, en  las  que proseguía  el
      diálogo entre Erra e Ishum, recordándole éste la prosperidad de los hom­
      bres, sus ganados γ productos, situación que había modificado Erra al ate­
      rrar a  la  totalidad  del  universo. A  sus palabras  le  respondió  Erra justi­
     ficando  su  actuación.  Con  una  última  réplica  de  Ishum finaliza  el
      contenido  de  esta  tablilla.

      Ishum  tomó  la  palabra  y le  dijo  al héroe  Erra:
     — ¡Héroe  Erra! Tú  tienes  las  riendas  de  los  cielos,  eres  el  señor
   absoluto  de  toda  la  tierra,  reinas  sobre  el  país, perturbas  el  mar  y
   arrasas  los  montes. Tú  lideras  a  los  hombres  y  pastoreas  el  ganado.
   El  Esharra  — el  templo  de  Enlil  en  Nippur—   está  a  tu  disposi­
   ción,  el  Eengurra  o  Casa  de  Enki  lo  tienes  en  tus  manos.  Dispo­
   nes  de  Shuanna,  tú  das  órdenes  en  el  Esagila.  Reúnes  en  ti  todos
   los me, los poderes divinos; los dioses te temen, los  Igigi tienen mie­
   do  de  ti,  ante  ti  tiemblan  los Anunnaki.  Cuando  tú  das  una  opi­
   nión, el  mismo Anu  te  escucha;  incluso  Enlil  accede  a  tus  deseos.
   Sin ti, ¿habría hostilidades y habría batallas sin tu intervención?  ¡Las
   corazas  de  las  batallas  son  ropas  tuyas! Y  te  has  dicho  a  ti  mismo:
   «¡Ellos  me  han  despreciado!»  ¡Héroe  Erra!  ¡Tú  no  has  temido  el
   nombre  del  príncipe  Marduk!


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