Page 285 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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diste  a  luz, yo  hubiese  permanecido  encerrado  dentro  de  tu  seno!
  ¡Ojalá  que  nuestra vida hubiese  tenido  fin y  que  hubiéramos  muer­
  to juntos! En vez de eso me has entregado a una ciudad cuyas mura­
  llas  han  sido  demolidas  y  cuyos  habitantes  son  ganado  y  su  dios  el
  matarife. Las mallas  de  su  red son  tan tupidas  que, sin poder escapar
  de  ellas, los  esposos  son  muertos a golpe  de  espada.»
     — «Quienquiera — decías tú, oh Erra—  que haya engendrado un
  hijo  y  haya  dicho: “He  aquí  a  mi  hijo,  él  será,  cuando  yo  lo  haya
  criado,  quien  sabrá  recompensarme.”  ¡A  tal  hijo  — dijiste—   yo  lo
  haré  morir y  su  padre  lo  enterrará,  después  haré  morir  al  padre  y
  no  tendrá  enterrador!  Quienquiera  que  haya  edificado  una  casa  y
  haya  dicho: “ He  aquí mi hogar, lo  he  construido  yo y  dentro  de  él
  tendré  mi  quietud y  el  día en  que  mi  destino  me lleve  allí  encon­
  traré mi último  reposo.” A ese hombre — dijiste—  yo le haré morir
  y  dejaré  su  hogar  desierto  y  después  de  que  haya  sido  devastado,
  se lo  daré  a  otra  persona.»
     — ¡Oh héroe Erra — continuó  diciendo  Ishum— , tú  has  hecho
  morir al justo y también has hecho morir al injusto!  ¡Tú has hecho
  morir a quien te había ofendido y has hecho morir también a quien
  no  te  había  ofendido!  ¡Tú  has  hecho  morir  al  enu, el  Gran  sacer­
  dote,  celoso  en  presentar  las  ofrendas  a  los  dioses!  ¡Tú  has  hecho
  morir  al gerseqqu,  el  servidor  del  palacio,  entregado  a  su  rey!  ¡Tú
  has  hecho  morir  a  los  ancianos  en  sus  casas, y  también  has  hecho
  morir en  su  lecho  a las jóvenes  muchachas! Y   tú  no  has  encontra­
  do  en  ello  el  menor  sosiego;  no  te  has  dado  tregua  alguna,  sino
  que  te  has  dicho  a  ti  mismo: «¡Ellos  me  habían  despreciado!»
     —Y  tú, a ti mismo, héroe Erra, todavía te has dicho: «¡Quiero matar
  al poderoso y  espantar al  débil, matar al jefe  del  ejército y obligar al
  ejército  a  que  vuelva espaldas!  ¡Quiero  demoler el gigunu del santua­
  rio y el parapeto de la muralla y aniquilar así la fuerza vital de la ciu­
  dad!  ¡Quiero romper el palo de amarre y que la barca vaya a la deri­
  va, romper el timón y que  así no  se  acerque  más  a la orilla!  ¡Quiero
  arrancar  el  palo  mayor y  destrozar  así  su  aparejo!  ¡Quiero  secar los
  pechos  de  la  madre  para  que  el niño  no  pueda vivir!  ¡Embozaré las
  fuentes  para  que  sus  canales, disminuidos,  no  aporten  más  las  aguas


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