Page 283 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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mea  el  dardo, se  blande  el  puñal. Tú  has  hecho  alzar  las  armas  de
     las  tropas  kidinnu, a las  que  protegía  el  emblema  de Anu  y  Dagan;
     su sangre, como las aguas de un albañal, la hiciste correr por los alre­
     dedores  de  la  ciudad  y  habiendo  abierto  sus  venas,  la  hiciste  fluir
     por  el  río. Viendo  esto, el  gran  señor  Marduk  gimió:  «¡Ay  de  mí!»
     Su  corazón  se  sobrecogió.  Una  maldición  implacable  estuvo  en  su
     boca, hizo  el juramento  de  que jamás  bebería  agua  del  río  y  por­
     que  ha  visto  su  sangre,  que  no  entraría  más  en  el  Esagila.
       — «¡Ay Babilonia — decía él— , que  como una palmera te  había
     hecho  madurar  y  que  ahora  el  viento  ha  secado!  ¡Ay  Babilonia,
     que  como  una  piña  te  había  llenado  de  piñones  y  de  cuya  pleni­
     tud no he podido obtener todo mi placer!  ¡Ay Babilonia, que como
     un  lujuriante  vergel  te  había  plantado  y  del  que  no  he  podido
     comer sus frutos!  ¡Ay Babilonia, que  como  un sello  de  ámbar elme-
     shu  te  había  colocado  en  el  cuello  de Anu!  ¡Ay  Babilonia,  que  te
     tenía en mis manos como la Tablilla de los Destinos y que no  deja­
     ba  a  nadie!»
       Todavía  siguió  hablando  así  el  príncipe  Marduk, lleno  de  tris­
     teza:
       — «Quien  quiera  abandonar  el  embarcadero  del  muelle,  al  ser
     el  calado  de  las  aguas  de  sólo  dos  codos,  deberá  atravesarlo  a  pie.
     Puesto  que  las  aguas  han  descendido  en  las  cisternas  una  cuerda
     de profundidad, no  va  a sobrevivir ningún hombre. En la  masa  del
     vasto  mar, las  olas  de  muchísima  altura  hundirán  las  barcas  de  los
     pescadores  a  pesar  de  sus  remos.»

       — Y  tú----dijo  Ishum a Erra— , sin  el asentimiento  de  Shamash,
     has destruido las murallas y has arruinado las defensas de Sippar, villa
     antiquísima, a la  que  el  Señor  de  todos  los  países  no  había  hecho
    llegar el  Diluvio, porque le  era  querida  a  su  mirada. Y los  suteos  y
     las  suteas  hacen  resonar  sus  gritos  de  guerra  en  Uruk, la  sede  de
     Anu  y  de  Ishtar, la  ciudad  de  las  hijas  de  la  alegría, de  las  cortesa­
     nas  y  de  las  hieródulas,  a  las  que  Ishtar  les  privó  de  esposos  y  las
     consignó  en sus manos. Los  conquistadores hacen  amotinarse  en  el
    Eanna  a  eunucos  y prostitutos, a  los  cuales, para  infundir  religioso



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