Page 303 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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Ishtar, la  hija  del  dios  luna  Sin,  decidió  marchar  a  la Tierra  sin
    regreso, al  dominio  de  Ereshkigal.  Sí,  decidió  ir  allí  la  hija  de  Sin.
    A  la  morada  oscura, la  mansión  de  Irkalla,  a  la  casa  de  donde  no
    sale jamás  quien allí entra por el camino  de ida que  no tiene  retor­
    no. A  la  casa  en  donde  los  que  han  llegado  están  privados  de  luz,
    donde  el  polvo  es  su  vianda  y  la  arcilla  su  comida,  residiendo  en
    tinieblas, sin jamás  ver  el  día.,  donde  están  vestidos, como  los  pája­
    ros,  con  un  atavío  de  plumajes, mientras  que  el  polvo  se  amonto­
    na  sobre  cerrojos  y  puertas.
       Ella, pues,  decidió  partir para  aquel  País.


       Cuando  Ishtar llegó  a la  puerta  de  la Tierra  sin  regreso,  dirigió
    estas  palabras  al  guardián  de  la  puerta:
       — ¡Portero!  ¡Abre  tu  puerta!  Abre  tu  puerta  para  que  pueda
    entrar la  que  te  está  hablando. Si  no  me  dejas  entrar martillearé  la
    puerta y destrozaré los cerrojos. Quebrantaré los montantes y demo­
    leré  las  hojas  de  la  puerta. Además  haré  remontar  a  los  muertos
    que  devorarán  a  los  vivos, sobrepasándolos  en  número.
       El  portero  tomó  la  palabra y  se  dirigió  así  a la  poderosa  Ishtar:
       — ¡Señora,  quédate  ahí, no  abandones la  puerta! Voy  a  anunciar
    tu  llegada  a  mi  reina Ereshkigal.
       Entró  el  portero  y, llegando  ante  Ereshkigal, le  dijo:
       — Ahí  afuera  está tu  hermana  Ishtar. Está  esperando  en la puer­
    ta. Está  la  que juega  con  la  gran  cuerda  de  saltar y  la  que  alboro­
    taba  el Apsu,  incluso  en  presencia  de  Ea,  el  dios  de  la  sabiduría  y
    el  titular  de  aquel  reino.
       Cuando Ereshkigal hubo oído esto, su rostro palideció como una
    rama  cortada  de  tamarisco,  y  cual  una  caña  kuninu  aplastada  sus
    labios  se  oscurecieron.
      — ¿Qué  cosa  guió  su  corazón  hasta  mí?  ¿Qué  es  lo  que  ahora
    ha pensado?
       Tras  estas  preguntas  sin  respuesta,  Ereshkigal  interiorizando  sus
    pensamientos  hizo  memoria  de  tiempos  pasados.
      — Inanna, a veces — dijo para sí Ereshkigal— , solía decir: «Quie­
    ro  banquetear  en  compañía  de  los Anunnaki. Alimentarme  como


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