Page 304 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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los  de  la Tierra  sin  regreso  y  beber  agua  turbia.» Y  añadía:  «Quie­
      ro  deplorar  el  destino  de  los  hombres jóvenes  arrebatados  a  sus
      esposas, llorar  a  las  muchachas  arrancadas  de  sus  maridos  y  a  los
      niñitos  muertos  antes  de  su  hora.»
         Después de haber rememorado aquello, dijo en alta voz a su por­
      tero:
         — ¡Vete  a  abrirle  la  puerta, portero!  Pero, trátala  según  las  anti­
      guas  reglas  del  Infierno.
         El  portero  se  fue  y  le  abrió  la  puerta:
         — Entra, Señora — le dijo— . Kutha se alegra en recibirte. La Tie­
      rra  sin  regreso  está  dichosa  con  tu  visita.
         A  continuación  la  introdujo  por  la  primera  puerta.  Le  quitó  y
      le  confiscó  la  gran  corona  de  su  cabeza.
         — ¿Por  qué, portero  — le  dijo— , me  has  quitado  la  gran  coro­
      na  de  mi  cabeza?
         — Entra,  Señora. Tal  es  la  regla  impuesta  por  la  soberana  del
      Infierno.
         Cuando  le  hizo  cruzar la segunda puerta, se  le  quitaron y  con­
      fiscaron  sus  pendientes.
         — ¿Por  qué, portero, me  quitas  mis  pendientes?
         — Entra,  Señora. Tal  es  la  regla  impuesta  por  la  soberana  del
      Infierno.
         Cuando  le  hizo  cruzar  la  tercera  puerta, se  le  quitó  y  confiscó
      su  collar  de  perlas.
         — ¿Por  qué, portero, me  has  quitado  mi  collar  de  perlas?
         — Entra,  Señora. Tal  es  la  regla  impuesta  por  la  soberana  del
      Infierno.
         Cuando  le  hizo  cruzar  la  cuarta  puerta,  se  le  quitó  y  confisco;
      el  tapasenos  de  su  pecho.
         — ¿Por  qué, portero, me  quitas  el  tapasenos  de  mi  pecho?
         — Entra, Señora. Tal es la regla impuesta por la soberana del Infierno.
         Cuando  le  hizo  cruzar  la  quinta  puerta, se  le  quitó  y  confiscó
      el  cinturón  de  piedras  finas  de  sus  caderas.
         — ¿Por  qué,  portero,  me  has  quitado  mi  cinturón  de  piedras
      finas  de  mis  caderas?


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