Page 320 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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— Cambia  mi  destino  y  revela  lo  que  está  escondido.

         Sigue  una pequeña  laguna  de  unas  seis  líneas.


         Etana  fue  y  ayudó  al  águila  a  salir  del  foso.


         El  águila  se  marchó  a  buscar  a  las  montañas, pero  la  planta  de
      nacimiento  no  se  encontraba  allí.
         — ¡Ven, amigo  mío  —le  dijo  el  águila— , déjame  subirte  al  cielo!
      Vamos  a  encontrar  a  Ishtar, la  Señora  del  nacimiento. Ante  Ishtar, la
      Señora del nacimiento, nosotros le pediremos la planta que necesitas-
         Tras  argumentarle  aquella  solución, el  águila  continuó  diciéndole;
         — Amigo  mío, brillantes  son las regiones  celestes. Vamos, te  car­
      garé  hasta  el  cielo  de Anu.  Coloca  tu  espalda  sobre  mi  pecho, tus
      manos ponías sobre las plumas de mis alas y sobre mis costados colo­
      ca  tus  brazos.
         Etana  colocó  su  espalda  sobre  el  pecho  del  águila,  puso  sus
      manos sobre las plumas  de sus alas, colocó sus brazos sobre sus cos­
      tados  y  fuertemente  apoyó  su  peso  sobre  ella.
         Cuando  lo  había  subido  hacia  lo  alto,  durante  una  hora  doble
      el  águila  le  dijo  a  Etana:
         — Mira, amigo  mío, ¿cómo  se  ve  el  campo?  ¡Observa  el  mar a
      los  lados  del  Ekur!
         — ¡Los asuntos del campo zumban como  moscas!  ¡El ancho maí
      no  es  más  que  un  aprisco!  — le  respondió  Etana.
         Cuando lo había subido hacia lo  alto, durante una segunda hora:
      doble, el  águila le  volvió  a  decir:
         — Mira, amigo  mío, ¿cómo  se  ve  el  campo?
         — ¡El  campo  se  ha  convertido  en  un jardín  y  el  ancho  mar no
      es  mayor  que  un  cubo!
         Tras  haberlo  subido  hacia  lo  alto  en  una  tercera  hora  doble, le
      volvió  a  decir:
         — Mira, amigo  mío, ¿cómo  se  ve  el  campo?
         — Estoy  buscando  el  campo,  pero  no  lo  puedo  ver  y  mis  ojos
      ni  siquiera  pueden  distinguir  el  ancho  mar. Amigo  mío, no  puedo



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