Page 102 - El nuevo zar
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También siguió aconsejando a Yeltsin en Moscú y dedicó horas de tiempo y
               capital  político  a  ayudarlo  a  escribir  la  nueva  Constitución  de  Rusia,
               promulgada en 1993.

                    Sobchak  dejó  la  administración  diaria  de  la  ciudad  a  sus  vicealcaldes,

               incluido Putin, que luego de su breve estrellato en la televisión acostumbraba
               a operar sin fanfarria ni escrutinio públicos. Evitaba el circuito de cócteles y
               la  vida  social  diplomática.  Liudmila  se  quejaba  de  que  trabajaba  muchas

               horas y regresaba tarde a casa por la noche, mientras ella se quedaba en el
               piso de los padres de él con las niñas. Rara vez tenía tiempo para los amigos,
               como  Rolduguin.  E  incluso  cuando  se  reunían,  Rolduguin  lo  encontraba

               consumido y preocupado con los asuntos de la ciudad.[34] Sin embargo, el
               nuevo  trabajo  —su  «vida  civil»,  como  él  lo  describía—  le  resultaba
               interesante y desafiante. Antes, como oficial de inteligencia, había recabado

               información  que  pasaba  a  sus  superiores  para  que  tomaran  las  decisiones
               políticas.  Ahora  era  él  quien  tomaba  las  decisiones.[35] Putin cosechó una

               reputación  basada  en  su  aptitud,  eficacia  y  total  e  inflexible  lealtad  hacia
               Sobchak.  Mientras  que  otros  que  trabajaron  para  el  alcalde  pronto  se
               marcharon,  a  menudo  con  encono,  él  se  mantuvo  de  manera  incondicional
               junto a Sobchak, cuya influencia y autoridad crecían, incluso al tiempo que

               las acusaciones de corrupción envolvían a la Administración de la ciudad. En
               el  trabajo,  Putin  parecía  distante,  incluso  arrogante,  y  rara  vez  mostraba

               emoción o empatía, lo cual contrastaba con los debates políticos tormentosos
               que  se  sucedían  en  el  país.  «Podía  ser  estricto  y  exigente  y,  sin  embargo,
               jamás  levantar  la  voz  —recordó  su  secretaria,  Marina  Yentáltseva—.  Si
               asignaba un trabajo, no le importaba cómo se hacía o quiénes lo hacían o qué

               problemas  tenían.  Solo  debía  realizarse,  y  eso  era  todo.»[36]  Cuando
               Yentáltseva,  una  vez,  le  dio  la  noticia  de  que  el  nuevo  perro  de  la  familia

               Putin, un pastor del Cáucaso, había muerto atropellado por un coche, quedó
               impresionada ante la total falta de reacción de él.

                    Demostró ser igual de enigmático en sus interacciones con los inversores

               y políticos que llegaban a Smolni en busca de acuerdos y, con frecuencia, de
               ayuda, cuando los acuerdos se echaban a perder en la agitación anárquica de
               la  transición  al  capitalismo  de  Rusia.  Putin  era  el  hombre  que  sorteaba  la
               burocracia y las leyes turbias. «Si bien era el funcionario principal para tratar

               los  problemas  que  encontraban  los  inversores  extranjeros,  estos  nunca
               llegaban a sentir que lo conocían ni hallaban en él una escucha empática —
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