Page 109 - El nuevo zar
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una  asignación  especial  para  él.  Liudmila  se  quedó  en  casa  con  Katia,
               entonces de siete años, afiebrada. Katia le rogaba a su madre que la dejara ir a
               la  escuela  igual  para  poder  ensayar  su  papel  en  una  obra.  Iba  a  hacer  de
               Cenicienta y, aunque Liudmila veía el asunto con otros ojos, la niña insistió.

               [3] Conducía un nuevo Zhigulí que, aunque modesto, era el segundo coche de
               la familia y un signo de creciente prosperidad. Apenas antes del mediodía,

               cuando  Liudmila  se  aproximaba  a  un  puente  que  cruzaba  el  Nevá,  otro
               vehículo aceleró, pese a tener el semáforo en rojo y embistió el Zhigulí. El
               golpe  dejó  inconsciente  a  Liudmila;  cuando  se  despertó,  pensó  que  podía
               seguir  conduciendo,  pero  descubrió  que  no.  Katia,  que  había  estado

               durmiendo en la parte de atrás, parecía herida, aunque no de gravedad. Luego,
               tras un rato largo, nada sucedió.

                    La  policía  llegó  y  se  arrimaron  transeúntes,  pero  la  ambulancia  tardó

               cuarenta y cinco minutos en llegar. Tal era el estado decrépito de los servicios
               básicos. Una mujer, cuyo nombre y número Liudmila luego perdió, llamó a la

               ambulancia  y  a  un  teléfono  que  le  dictó  Liudmila.  La  secretaria  de  Putin,
               Marina  Yentáltseva,  respondió,  indecisa  sobre  qué  hacer.  El  asistente  de
               confianza de Putin, Ígor Sechin, fue al lugar del accidente y llevó a Katia a la
               oficina de Smolni. Yentáltseva fue a buscar a Putin. La ambulancia finalmente

               llegó y se llevó a Liudmila al hospital 25 de Octubre, que aún conservaba ese
               nombre en honor al primer día (en el antiguo calendario) de la Revolución

               bolchevique.  «El  hospital  era  horrible»,  recordó  ella  más  adelante.  «Estaba
               lleno  de  gente  moribunda.  Había  camillas  con  cadáveres  en  el  vestíbulo.»
               Peor  aún  fue  que  los  médicos  que  la  trataron  no  advirtieron  que  se  había
               quebrado  tres  vértebras  de  la  columna  y  se  había  fracturado  la  base  del

               cráneo. Los cirujanos le suturaron la oreja desgarrada y la dejaron «desnuda
               en la mesa helada del quirófano, en un terrible estado de semiinconsciencia».

               [4]

                    Mientras todo esto ocurría, Putin se reunía en el Astoria con el ejecutivo
               estadounidense de televisión por cable Ted Turner y con Jane Fonda, entonces

               su  esposa.  Estaban  en  San  Petersburgo  para  organizar  la  preparación  de  la
               tercera edición de los Juegos de la Buena Voluntad, la competencia deportiva
               internacional  que  Turner  inventó  después  de  que  los  Juegos  Olímpicos  de
               Moscú, en 1980, fueran boicoteados por Estados Unidos y otros países tras la

               invasión  soviética  de  Afganistán,  y  después  también  de  que  los  Juegos
               Olímpicos de 1984 fueran boicoteados en represalia por la Unión Soviética y
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