Page 112 - El nuevo zar
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y operaciones— fueron ascendidos, y Vladímir Putin se convirtió en uno de
los principales tres vicealcaldes del nuevo Gobierno de Sobchak, aún a cargo
de los asuntos económicos exteriores.[7]
Las elecciones legislativas fueron una farsa. La oficina de Sobchak
escribió las reglas sin ningún aporte o consentimiento de los miembros del
concejo, cuyo organismo se estaba reestructurando. Cuando los comicios
abrieron el 20 de marzo, una mayoría abrumadora de personas, sencillamente,
no se molestó en votar, lo cual podía acarrear la invalidación del resultado,
puesto que la ley requería una participación electoral mínima del 25 %: en
solo la mitad de los cincuenta distritos, el porcentaje de votantes cumplió con
el umbral establecido. Veinticinco nuevos diputados se incorporaron a la
asamblea, pero carecían de quorum y no podían operar legalmente. Así y
todo, Sobchak no parecía preocupado por el vuelco que habían dado las cosas.
Y tampoco programó una nueva convocatoria de elecciones para ocupar el
remanente de escaños antes de octubre: hasta entonces, él y sus vicealcaldes
gobernarían como les pareciera adecuado, sin supervisión legislativa.
Durante los cinco años de existencia del concejo de la ciudad, la expresión
eufórica del deseo popular a través de las urnas había devenido en disgusto
para con el proceso democrático. La democracia en Rusia se había asentado
sobre suelo infértil, y su crecimiento ya estaba atrofiado. Gran parte de la
culpa correspondía al estado catastrófico de la nueva economía rusa, con las
dificultades de la privatización, la corrupta acumulación de riqueza y la ola de
crímenes que convirtió a San Petersburgo en una infame ciénaga de violencia
y crimen organizado. La ironía era que el hombre que había liderado la lucha
por la democracia en San Petersburgo cargaba con gran parte de la culpa.
Había atacado con tanta asiduidad el trabajo del concejo que a los votantes ya
no les importaba quiénes trabajaban en él. Sobchak, un orador brillante y un
administrador terrible, preocupado por el poder y el prestigio internacional,
había hecho caso omiso de los problemas ordinarios de la ciudad. Su instinto
para fortalecer la democracia significaba, en su opinión, fortalecer su propio y
voluble gobierno. Poco después de las elecciones, aduciendo como causa el
aumento del crimen en la ciudad, forzó la dimisión del jefe de la policía local,
Arkadi Kramarev, que había desafiado a los líderes del golpe de Estado en
1991 y salvado a Sobchak del arresto. Tras consolidar su dominio en la
cadena de televisión de la ciudad, Sobchak se aseguró de que su cobertura
fuera ferviente y la de sus opositores, inexistente. Tras obtener el derecho de