Page 115 - El nuevo zar
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amenaza entre los que conspiraban para mantener a Boris Yeltsin en el poder
               en tanto se aproximaban las elecciones presidenciales de 1996. Con el apoyo
               del influyente jefe de seguridad de Yeltsin, el fiscal general de Rusia, Yuri
               Skurátov, incluso había iniciado a finales de 1995 una investigación sobre los

               asuntos de Sobchak que parecía dirigida a frenar sus aspiraciones políticas. Se
               trataba de un revés de la fortuna tan repentino y arbitrario como la purga de

               Stalin, y tuvo éxito en empañar la imagen de Sobchak. Skurátov formó una
               comisión  de  investigación  que  pronto  comenzó  a  filtrar  detalles
               comprometedores  —conocidos  en  ruso  como  kompromat—  acerca  de  la
               turbia  privatización  de  apartamentos  a  través  de  una  compañía  llamada

               Renaissance,  incluidos  algunos  que  fueron  a  parar  a  las  manos  de  Putin  y
               otros vicealcaldes. Putin veía la investigación como un modo bruto de ejercer

               poder fiscalizador contra el hombre al que servía, y la experiencia lo dejó con
               sed de venganza.

                    «Sabes,  este  es  un  campo  de  juego  completamente  diferente  —recordó

               Putin  haberle  dicho  a  Sobchak—.  Necesitas  especialistas.»[11]  Sobchak
               estuvo  de  acuerdo  y  recurrió  a  Aleksandr  Yúriev,  un  politólogo  de  la
               Universidad Estatal de San Petersburgo que le advirtió que sus logros, fueran
               enormes o no, ya no hacían eco en un electorado cansado y desilusionado con

               el crimen y el caos que convulsionaban la ciudad.[12] En enero, apenas unos
               días después de acordar trabajar para la campaña, Yúriev atendió una llamada

               a la puerta de su piso. Halló de pie a una mujer joven y bonita, y, suponiendo
               que se trataba de una estudiante que quería entregar un trabajo, le abrió la
               puerta.  Solo  entonces  vio  a  un  hombre  con  una  máscara,  que  le  arrojó  un
               frasco  de  ácido  en  la  cara.  Mientras  Yúriev  retrocedía  tambaleándose,  el

               hombre disparó una pistola, aunque erró el tiro. Cuando Sobchak lo visitó en
               el  hospital,  la  cabeza  de  Yúriev  estaba  envuelta  en  vendajes  blancos.  La

               policía nunca encontró a los atacantes ni pudo establecer ningún móvil, pero
               Sobchak no tenía duda de que el intento era parte de una vasta conspiración
               para alejarlo del cargo.[13] El ataque intensificó tanto las tensiones que Putin

               comenzó a portar una pistola de aire, de lo cual se percató su viejo amigo
               Serguéi  Rolduguin  cuando  visitó  la  dacha  de  Putin  al  comienzo  de  la
               campaña.

                    —¿Piensas  que  una  pistola  de  aire  va  a  salvarte?  —le  preguntó

               Rolduguin.

                    —No me salvará —le contestó—, pero me hace sentir más tranquilo.[14]
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