Page 124 - El nuevo zar
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Agosto  es  un  mes  sin  prisas  en  Rusia,  una  época  lánguida  propia  del
               verano tardío, cuando la mayor parte del país se retira a sus dachas. Puesto
               que  no  había  encontrado  un  empleo  de  inmediato,  Putin  iba  a  tener  que
               esperar a que la actividad oficial se reanudara de verdad a fines de agosto para

               poder estudiar otras posibilidades. El 12 de agosto, los Putin invitaron a su
               antigua secretaria, Marina Yentáltseva, su esposo y su hija a visitar su dacha.

               Por la tarde, los hombres se retiraron a la bania ubicada en la planta baja,
               junto a la puerta. Putin lo llamaba «una secuela de mi antiguo trabajo».[41]
               Acababa de volver de una zambullida refrescante en el lago cuando vio humo.
               Una estufa dentro de la bania había iniciado un fuego que pronto se extendió

               por toda la casa. Katia salió corriendo por la cocina. Putin encontró a su hija
               mayor, Masha, y a Marina en la planta alta y, mientras las llamas trepaban por

               las escaleras, las bajó por el balcón usando unas sábanas a modo de soga. De
               pronto, recordó que tenía un maletín con dinero en su habitación, unos 5.000
               dólares. Con las luces apagadas y el humo asfixiante inundando la casa, buscó

               a tientas el maletín. Envuelto con una sábana fina, bajó del balcón y, con su
               familia y vecinos, contempló cómo la casa se quemaba como «una vela». Los
               bomberos llegaron, pero no pudieron hacer nada porque el camión no tenía

               agua.  «¡Hay  un  lago  entero  aquí!»,  gritó  Putin.  «Cierto»,  le  dijo  uno,  pero
               tampoco tenían manguera.[42]

                    Vasili Shestakov se maravilló cuando supo del incendio y el rescate del

               dinero de Putin. Putin no solo no se había construido una opulenta «mansión
               de piedra», sino que en cinco años como «segundo hombre» en la ciudad no
               había  amasado  más  fortuna  que  5.000  dólares.  Tal  era  la  suposición  de
               corrupción  entre  los  burócratas  comunistas  rusos  de  que  Putin  hubiese

               «robado a salto de mata» sin temor a ser señalado.[43]

                    Los inspectores de incendios determinaron que los constructores habían
               instalado mal el calentador de la bania y Putin los obligó a reconstruir la casa

               tal  como  era  —menos  la  bania—.  Cuando  los  trabajadores  despejaron  los
               escombros, encontraron entre las cenizas la cruz de aluminio que su madre le

               había dado cuando él y Sobchak viajaron a Jerusalén, hacía tres años. Se la
               había  sacado  durante  el  baño  de  vapor  en  la  bania  y,  en  la  confusión  del
               fuego, la había olvidado. Lo consideró una revelación, y en varias ocasiones
               ha asegurado que nunca se la ha vuelto a quitar.[44]
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