Page 126 - El nuevo zar
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Yeltsin.  Entre  otras,  las  de  los  hombres  más  ricos  de  Rusia,  banqueros  y
               magnates  que  el  año  anterior  habían  adquirido  los  activos  dominantes  del
               Estado en las principales industrias a cambio de préstamos para mantener a
               flote  el  presupuesto  del  país:  Boris  Berezovski,  Mijaíl  Fridman,  Vladímir

               Gusinski, Mijaíl Jodorkovski y Vladímir Potanin. Ellos fueron los pioneros de
               la  fiebre  del  oro  postsoviética,  que,  mediante  la  astucia,  el  genio  y  las

               artimañas, apiñaron vastos, diversos conglomerados que de seguro peligrarían
               si Yeltsin no permanecía en funciones. Aunque eran rivales en los negocios,
               encontraron una causa común contra el principal oponente de Yeltsin: el líder
               comunista Guenadi Ziugánov. Opaco, de cejas tupidas y con la figura de un

               barril, Ziugánov era para entonces un comunista solo nominal, pero él y su
               partido representaban el enorme resentimiento provocado por el desplome de

               la  Unión  Soviética.  Con  el  sólido  posicionamiento  del  partido  en  las
               elecciones parlamentarias de 1995 —ganó la mayor cantidad de escaños en la
               Duma, de lejos— ya no era inconcebible que Ziugánov pudiese imponerse,

               simplemente debido a la impopularidad de la oligarquía, que había llegado a
               definir la presidencia caótica de Yeltsin. Cavilando sobre su propio destino y
               el de sus partidarios, Yeltsin pensó: «Los comunistas nos van a colgar de los

               postes de luz».[2]

                    Cuando  Ziugánov  apareció  en  el  Foro  Económico  Mundial  en  Davos,
               Suiza, en febrero de 1996, fue recibido como próximo presidente. Algo había

               que hacer. Por lo tanto, Berezovski, Gusinski y Jodorkovski se reunieron a
               cenar  con  otro  banquero,  Vladímir  Vinográdov,  e  hicieron  el  «pacto  de
               Davos»  para  asegurar  la  reelección  de  Yeltsin  en  junio.[3]  Ofrecieron  a  la
               campaña  de  Yeltsin  millones  en  efectivo…  y  le  pusieron  condiciones.

               Insistían en que Anatoli Chubáis, el antiguo colega de Putin en el séquito de
               Sobchak y el autor de los programas de privatización que les aportaron miles

               de  millones,  regresara  al  equipo  de  Yeltsin  como  su  administrador  de
               campaña.  (Chubáis  había  sido  despedido  como  vice  primer  ministro  ese
               enero, cuando Yeltsin daba tumbos de escándalo en escándalo.) Con la hija de

               Yeltsin,  Tatiana  Diachenko,  Chubáis  orquestó  una  versión  exquisitamente
               rusa  de  la  campaña  política  moderna,  costeada  por  planes  financieros  tan
               ingeniosos y enrevesados que los investigadores nunca pudieron rastrear todo

               el dinero gastado, que, según algunas estimaciones, llegaba a 2.000 millones
               de  dólares.[4]  Se  les  ocultó  a  los  votantes  la  salud  de  Yeltsin  y  su
               comportamiento errático, y sus actividades seguían un guion tan cuidado que
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