Page 127 - El nuevo zar
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parecían normales. Berezovski y Gusinski controlaban dos de las cadenas de
televisión más populares del país, ORT y NTV, y producían documentales que
retrataban a Yeltsin como el líder genial y saludable que alguna vez había
sido.
Cuando se celebraron las elecciones, el 16 de junio, Yeltsin obtuvo por
poco una mayoría relativa con el 35 % de los votos, dos millones de votos
más que Ziugánov, pero no lo suficiente para evitar una segunda vuelta.
Aleksandr Lébed, un general condecorado que había renunciado a su cargo el
año anterior para ingresar en la política y que se oponía a la guerra en
Chechenia por considerarla un dispendio de vidas extremadamente mal
administrado, terminó en un sorprendente tercer lugar, con un 15 % de los
votos. Los estrategas de Yeltsin habían apuntalado la campaña de Lébed en
las últimas semanas antes de las elecciones con una inyección de dinero y
atención televisiva en un esfuerzo exitoso por quitarle votos a Ziugánov, y
ahora Yeltsin lo cortejaba a él y a sus votantes. Yeltsin veía mucho que
admirar en Lébed. Era un «tipo rudo e imbatible» que «corría de un lado a
otro, buscando la certeza, la precisión y la claridad a la que había estado
acostumbrado y que no podía hallar en nuestra nueva vida». Yeltsin se había
ido desilusionando de los generales postsoviéticos del país, que, según
pensaba, carecían de «cierta nobleza, sofisticación o alguna especie de
determinación interior».[5] Ya en 1993, dijo, fantaseaba con que aparecería un
nuevo general en la escena política y guiaría al país con mano firme y
profesional, no como un tirano, sino como un líder democrático. Lébed
pareció al principio ser ese hombre, y Yeltsin lo consideró un posible sucesor
como presidente. Dos días después de la primera vuelta de las elecciones,
nombró a Lébed secretario del Consejo de Seguridad del Kremlin, con la
esperanza de atraer para sí los votos que Lébed había recibido, pero Lébed
resultó ser una desilusión desde el principio. Era vulgar y desagradable, y
chocaba impetuosamente con otros altos funcionarios. Apenas días después
de su nombramiento, reprendió a un cosaco que le preguntó algo. «Dices que
eres cosaco —lo interrumpió al hombre—. ¿Por qué hablas como un judío,
entonces?»[6]
De todos modos, Yeltsin se aferró a la noción de un militar como salvador
político que, según ya parecía entender, no sería él mismo. «Estaba
aguardando que surgiera un nuevo general, diferente a todos —reflexionó
Yeltsin—. O, más bien, un general que fuera como los generales sobre los que