Page 145 - El nuevo zar
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amplia y centralizada, muchas de ellas operaban como feudos independientes.
En virtud de sus elecciones locales, los líderes regionales también tenían
autoridad política independiente y, por lo tanto, eran potenciales amenazas
para la preeminencia de Yeltsin. La desconfianza de Yeltsin solo se intensificó
cuando Aleksandr Lébed, su rival vuelto aliado vuelto enemigo, ganó las
elecciones como gobernador de la región de Krasnoyarsk, en Siberia, en
mayo, y dejó claro que sus ambiciones presidenciales no habían disminuido
en lo más mínimo.
Putin veía el fracturado sistema político como un síntoma de la disolución
continua del país. La lucha de Chechenia por la independencia era solo el
ejemplo más extremo de que Rusia se pudría por dentro. La vertikal, la
cadena de mando del Gobierno, había sido destruida, recordaba, y «debía ser
restaurada».[9] Les dijo a los periodistas que su principal labor ahora era
asegurar que los decretos de Yeltsin fueran promulgados en el ámbito
regional, pero enfatizó que su intención no era «ajustar las tuercas».[10]
Nunca tuvo tiempo de hacerlo. Permanecería en ese empleo durante solo
sesenta y un días, lo suficiente para instalar a un colega del KGB de San
Petersburgo, el teniente general Nikolái Pátrushev, en su antiguo trabajo en el
Directorio Principal de Control, pero no para conseguir mucho más.
Dos días después del último nombramiento de Putin, el mercado de valores de
Rusia cayó estrepitosamente. Las acciones habían perdido la mitad de su
valor desde principios de año y, así, habían arrasado millones de dólares de
riqueza, aunque solo entre la élite que podía permitirse invertir. Los pobres no
tenían nada. Los atrasos en el pago de sueldos aumentaba en forma constante,
y pronto se extendieron las huelgas. Los inversores extranjeros comenzaron a
retirar su capital, mientras que los rusos ricos mantuvieron el suyo en el
exterior. La privatización de Rosneft, la última petrolera estatal, fue cancelada
porque nadie se presentó a la licitación. Un crédito de 4.000 millones de
dólares del Fondo Monetario Internacional estabilizó la caída de Rusia, pero
solo brevemente. El Gobierno de Yeltsin luchaba para sostener el valor del
rublo, pero era una batalla perdida. El Gobierno «se asemejaba a un gran
cuerpo de bomberos que debía enfrentarse raudamente con una llamarada tras
otra de un foco de incendio».[11]