Page 147 - El nuevo zar
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Boris  Berezovski,  cuyo  control  de  Aeroflot  había  atraído  la  atención
               amenazante  del  fiscal  general,  daba  tumbos  dentro  y  fuera  del  círculo  de
               Yeltsin. Mantenía su acceso a los asesores del presidente, aunque se reunía

               cada vez menos con él. Valentín Yumáshev, un asistente cercano a Yeltsin, le
               contó que Yeltsin ya no confiaba en los generales del FSB y su «ceñido clan».
               A  principios  de  julio,  Yeltsin  había  anunciado  sus  planes  de  reorganizar  el

               FSB,  incluida  una  drástica  reducción  de  la  cantidad  de  funcionarios  en
               Lubianka, pero Kovaliov no parecía muy ansioso por llevar a cabo la orden.
               Yeltsin quería limpiar la casa, explicó Yumáshev, y le preguntó si tenía alguna

               impresión sobre Vladímir Putin.

                    Berezovski recordó un acuerdo que había realizado en Petersburgo años
               antes.  Por  aquel  entonces  quería  abrir  un  concesionario  de  coches,  y  se

               sorprendió  cuando  Putin  rehusó  incluso  considerar  un  soborno,  que
               presumiblemente él estaba dispuesto a ofrecer.[15] «Era el primer burócrata
               que  no  aceptaba  sobornos  —dijo  Berezovski—.  En  serio,  me  causó  una

               impresión muy fuerte.»[16] Fuera o no cierto el recuerdo de Berezovski, Putin
               se  había  ganado  la  reputación  de  competente  y  disciplinado  hasta  la
               sobriedad, aunque otros notaron su capacidad para la discreción. Yeltsin se

               fijó en él por primera vez cuando prestaba servicios en el Directorio Principal
               de  Control.  Sus  informes,  descubrió,  eran  «un  modelo  de  claridad».  En
               contraste  con  la  palabrería  y  el  cabildeo  sin  fin  de  sus  asistentes,  Putin  no

               intentaba  imponer  ninguna  agenda  a  su  jefe,  ni  siquiera  molestarlo  con
               demasiada cháchara. De hecho, trataba de «evitar cualquier tipo de contacto

               personal» con Yeltsin. «Y precisamente por eso —dijo Yeltsin—, yo quería
               hablar  más  con  él.»  Al  principio,  había  tenido  recelos  de  la  «frialdad»  de
               Putin, pero llegó a entender que era algo «arraigado en su naturaleza».[17]

                    Tras una reunión en la casa de retiro presidencial de Yeltsin en Carelia

               para tomar la decisión final de despedir a Kovaliov, el joven y nuevo primer
               ministro, Serguéi Kiriyenko, voló de regreso a Moscú y citó a Putin para que
               se  encontrara  con  él  en  el  aeropuerto  al  aterrizar.  Ni  él  ni  Yeltsin  habían

               consultado a Putin acerca del empleo: por entonces, Putin era un mero peón
               en  el  juego  de  ajedrez  político  que  el  presidente  imaginaba  mientras  daba
               tumbos hacia el final de su mandato. Al conducir hacia el aeropuerto, Putin

               esperaba malas noticias y, en cierta forma, para él lo fueron.
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