Page 169 - El nuevo zar
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de  la  segunda  dimisión  de  Skurátov,  una  bomba  enorme  explotó  en  un
               mercado en la ciudad del sur de Vladicáucaso, la capital de Osetia del Norte,
               otra de las repúblicas a lo largo del Cáucaso, no lejos de Grozni. La explosión
               mató  a  más  de  sesenta  personas.  Yeltsin  ordenó  a  Putin  y  al  ministro  del

               Interior, Serguéi Stepashin, ir a Vladicáucaso para supervisar la investigación.

                    Dos  días  después,  Masjádov  sobrevivió  por  poco  a  un  intento  de
               asesinato.  Exoficial  de  artillería  de  la  era  soviética,  Masjádov  era  un

               separatista  y  nacionalista  comprometido,  pero  era  uno  de  los  pocos  líderes
               chechenos con quien podía negociar el Kremlin. Durante gran parte del año,
               se había planificado que Masjádov se reuniera con Primakov o incluso Yeltsin

               para finalizar la transición de Chechenia hacia la independencia, como estaba
               contemplado en los acuerdos de paz de 1996. Ahora Masjádov sugería que
               «ciertas  fuerzas»  en  Moscú  habían  conspirado  para  matarlo  como  pretexto

               para declarar un estado de emergencia y evitar una resolución del destino de
               Chechenia. Putin criticó enfadado la acusación.[18] Los acuerdos de paz que

               habían suspendido la primera guerra habían sido una humillación para Rusia.
               Ya  no  ofrecían  demasiada  esperanza  de  resolver  el  impulso  último  de  la
               república hacia la independencia. En cambio, los hombres de seguridad del
               Kremlin, incluido Putin, comenzaron a trazar planes para una nueva guerra.


                    La renovada agitación en Chechenia se produjo mientras Rusia enfrentaba
               una  guerra  librada  por  el  archienemigo  de  la  Unión  Soviética,  la  OTAN,
               contra los hermanos eslavos en Serbia. Tras la disolución de Yugoslavia en la

               década  de  1990,  Serbia  volcó  su  furia  nacionalista  contra  la  región
               musulmana que alguna vez fuese autónoma dentro de sus propias fronteras:

               Kosovo.  A  finales  de  1998,  el  presidente  de  Serbia,  Slobodan  Milósevic,
               lanzó una campaña para reprimir las milicias separatistas en la región: al cabo
               de unos meses, la campaña comenzó a tener el aspecto de una limpieza étnica
               como  la  que  había  ocurrido  en  Bosnia  apenas  unos  años  antes.  Europa  y

               Estados Unidos, avergonzados por su propio titubeo respecto de las anteriores
               matanzas, respondieron agresivamente.

                    La perspectiva de una intervención militar de la OTAN para proteger a

               Kosovo  enfureció  a  Rusia  en  formas  que  los  líderes  estadounidenses  y
               europeos no lograron apreciar. Serbia y Rusia compartían religión, cultura y
               raíces eslavas, pero las preocupaciones de Rusia iban más allá. El conflicto en

               Serbia encendió el orgullo herido de Rusia respecto de su posición disminuida
               desde  el  colapso  de  la  Unión  Soviética.  La  nueva  Rusia  carecía  de  la
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