Page 177 - El nuevo zar
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digiriendo las noticias. Yeltsin explicó «el estado de la situación», los
problemas que estaban fermentando en el Cáucaso, la economía y la inflación,
y lo que más lo obsesionaba: la necesidad del Kremlin de generar una
mayoría parlamentaria en las elecciones, que ahora quedaban a escasos cuatro
meses. Putin, creía él, actuaría donde Stepashin había titubeado respecto del
asunto más existencial que enfrentaba el Kremlin: la suerte de Yeltsin en el
caso de que Luzhkov o Primakov fueran el siguiente presidente. Putin ya
había demostrado que actuaría. Mientras Luzhkov cobraba ímpetu político esa
primavera, Putin había iniciado una investigación respecto de la compañía
controlada por su esposa, Yelena Baturina. Su compañía, Inteko, había ganado
contrato tras contrato y ella se había vuelto la primera mujer multimillonaria
de Rusia: una historia de mendiga a rica que ayudó a dejar a los millones de
rusos empobrecidos por el colapso de la Unión Soviética profundamente
resentidos respecto del nuevo capitalismo y la democracia —y ni un poco
envidiosos—. Luzhkov rugió en protesta cuando los investigadores iniciaron
una lectura atenta de las finanzas de Baturina: ya no tenía miedo de enfrentar
a Yeltsin y su experimentado consejero de seguridad. El FSB, protestó
Luzhkov, «desafortunadamente, hoy funciona para el Kremlin, no para el
país».[34]
Ahora Yeltsin le pedía a Putin que asumiera un rol mucho más importante.
Le pedía que construyera y liderara un partido político que pudiese derrotar a
aquellos que habían abandonado casi completamente al presidente. Cuando
finalmente habló, Putin planteó la pregunta obvia: ¿cómo se podría construir
una mayoría parlamentaria sin partidarios en el Parlamento? «No lo sé»,
replicó Yeltsin.[35]
Putin reflexionó en silencio durante un tiempo inusitadamente largo. Su
modo callado había atraído a Yeltsin, pero ahora parecía una vacilación.
«No me gustan las campañas electorales —dijo al fin—. Realmente no me
gustan. No sé cómo hacerlas y no me gustan.»
Yeltsin le aseguró que no iba a tener que organizar la campaña él mismo.
Las tácticas de campaña eran la última de sus preocupaciones. Correspondía a
los expertos dominar las tecnologías políticas. Él solo debía proyectar lo que
ahora eludía a Yeltsin: confianza, autoridad, el porte militar que creía que
ansiaba el país. En su desesperación, esto último estaba muy presente en la
mente de Yeltsin. Putin respondió con «laconismo militar», recordó. «Voy a