Page 189 - El nuevo zar
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varias ciudades —donde obviamente no funcionaron, dado que nada como lo
               de Riazán sucedió en otro lugar—, y elogió a la policía y los habitantes de la
               ciudad  «por  la  vigilancia  que  demostraron  al  descubrir  los  supuestos
               explosivos».  «Y  al  mismo  tiempo  —agregó—,  quiero  disculparme  con

               ellos.»[17]

                    La  declaración  de  Pátrushev  fue  informada  directamente  por  los
               periódicos  de  Moscú  y  más  allá,  pero  dejó  sorprendida  y  confundida  a  la

               gente en Riazán. Podía ser que los habitantes y la policía no hubiesen sido
               informados  acerca  de  la  prueba  para  evaluar  su  vigilancia,  pero  incluso  el
               departamento local del FSB dijo que no tenía idea de ningún entrenamiento;

               tampoco el alcalde o el gobernador ni nadie más. El día y medio que tardaron
               en  informar  a  los  aterrados  habitantes  de  la  ciudad  parecía  inexplicable,
               especialmente  dado  que  el  Ministerio  del  Interior  había  movilizado  a  mil

               doscientos  oficiales  en  una  emboscada  para  capturar  a  los  sospechosos  y
               buscar  más  bombas.  Y  los  oficiales  involucrados  en  desactivar  la  bomba

               sabían lo que habían visto. El simulacro del FSB era, o bien una prueba de
               preparación  muy  convincente  en  medio  del  terror,  o  bien  un  engaño.  Esa
               tarde, alguien llamó a Ejo Moskvi, entonces como ahora una emisora de radio
               que fomentaba debates políticos razonablemente abiertos. Si bien se identificó

               como un funcionario de seguridad, aunque no dio su nombre, expresó desazón
               respecto de la explicación del FSB. Parecía tan inverosímil, dijo, que la gente

               iba a comenzar a pensar que el FSB estaba involucrado de alguna forma en
               todas las explosiones.[18]






               El  29  de  septiembre,  Putin  expresó  su  disposición  de  negociar  con  Aslán
               Masjádov,  el  presidente  de  Chechenia,  pero  solo  a  condición  de  que
               condenara todo el terrorismo, expulsara las milicias armadas en la república, y

               arrestara  y  extraditara  a  los  criminales  más  buscados,  con  Basáiev,  Jatab  y
               otros comandantes presumiblemente encabezando la lista. Era un ultimátum,
               no  una  oferta.  Masjádov  había  condenado  la  incursión  en  Daguestán  y  las

               explosiones en Rusia, pero su autoridad como presidente era demasiado débil
               para  ejercer  control  sobre  Basáiev  o  Jatab,  por  no  hablar  de  arrestarlos  y
               entregarlos a los rusos. «No puedo arrestar a Basáiev sin más —le dijo a un

               periodista  dos  días  antes  del  ultimátum  de  Putin—.  La  gente  aquí  no  lo
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