Page 216 - El nuevo zar
P. 216

no se detendría ante nada para retener su riqueza e influencia. «Berezovski
               veía el mundo a través del prisma de sus intereses personales», escribió el
               financiero  George  Soros.  Este  último  había  trabajado  estrechamente  con
               Berezovski  hasta  que  se  distanciaron  a  causa  de  una  subasta  de

               telecomunicaciones, y ahora veía al hombre como un timador, como lo veían
               también antiguos socios comerciales de Berezovski. «No tiene problema en

               subordinar el destino de Rusia al suyo personal.»[24]

                    Había  contraargumentos  que  respaldaban  la  versión  del  FSB  sobre  las
               explosiones.  No  era  algo  ajeno  a  los  extremistas  chechenos  —ni  a  sus
               combatientes  de  pensamiento  afín  en  las  otras  repúblicas  musulmanas—

               cometer actos de terror, después de todo. La lógica política de la conspiración
               también  ignoraba  el  hecho  de  que  la  élite  política  se  había  opuesto
               profundamente a una nueva guerra por razones que ahora parecían proféticas.

               Lanzar una guerra en el verano de 1999 fue visto como una carga, no como
               una ventaja. Y ahora, después de los éxitos militares del principio y todos los

               duros discursos de Putin, la guerra se había convertido en un lastre para la
               popularidad  más  amplia  de  Putin,  no  en  el  baluarte  que  había  sido  al
               principio.  Una  encuesta  a  los  votantes  rusos  desveló  que  la  guerra  en
               Chechenia  estaba  considerada  como  la  peor  decisión  de  los  primeros  ocho

               meses de Putin en el poder. (Casi la misma cantidad de votantes clasificó las
               acciones  de  Putin  para  aumentar  las  pensiones  y  los  salarios  como  las

               mejores.)[25]  Es  más,  cualquier  conspiración  habría  tenido  que  ponerse  en
               marcha antes de que nadie, ni siquiera Putin, supiera que se convertiría en
               primer ministro, mucho menos sucesor ungido de Yeltsin.


                    En última instancia, las pruebas para una u otra versión no fueron nunca
               decisivas,  en  gran  medida  porque  el  FSB  bajo  Putin  volvió  al  hermetismo
               estilo  soviético  y,  con  toda  seguridad,  debió  encubrir  aspectos  de  las
               explosiones y los sucesos en Riazán. Unos días antes de las elecciones, los

               bloques  del  Partido  Comunista  y  Yábloko  en  la  Duma  redactaron  una
               resolución que requería una investigación oficial sobre lo que había sucedido

               en Riazán, pero solo ciento noventa y siete diputados votaron a favor, menos
               de los doscientos veintiséis necesarios. Todos los partidarios de Putin votaron
               en contra. Obstruir una indagación parlamentaria para desenredar las teorías
               en conflicto solo sembró dudas más profundas y oscuras. En el origen de la

               presidencia de Putin yacía un misterio persistente que ensombrecería a Rusia
               durante  años,  un  misterio  que  no  dejó  de  cobrarse  vidas.  Legisladores  y
   211   212   213   214   215   216   217   218   219   220   221