Page 218 - El nuevo zar
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todos modos, se lanzó a la carrera presidencial de Putin e hizo campaña activa
por su antiguo asesor. Estaba en Kaliningrado cuando murió súbitamente en la
habitación de su hotel la noche del 18 de febrero, al parecer de un ataque
cardíaco, aunque hubo oscuros rumores acerca de otras causas, quizás incluso
envenenamiento.[27] Putin mismo alimentó la especulación con su enfado y
pesar por la muerte de Sobchak. «Anatoli Sobchak no solo murió», dijo Putin
a la radio Báltika en Petersburgo. «Falleció porque fue acosado.» La
severidad de Putin en defenestrar a Yuri Skurátov ahora parecía entendible,
pues era Skurátov quien había iniciado las primeras investigaciones respecto
de los asuntos de Sobchak. El rol de Putin en la caída del fiscal pudo haber
tenido un propósito político, pero también era algo profundamente personal.
En el funeral de Sobchak, Putin recitó el panegírico. Lo llamó «nuestro
maestro» y «uno de los últimos románticos». Por primera vez, Rusia vio a su
nuevo líder derramar lágrimas.
En mayo de 2000, los jefes de protocolo del Kremlin enfrentaron un problema
logístico al considerar la ceremonia de investidura del nuevo presidente de
Rusia. Desde la década de 1960, los nuevos secretarios generales de la Unión
Soviética habían realizado su juramento al cargo en el moderno Palacio de
Congresos, de cemento y cristal, un anacronismo arquitectónico que
estropeaba la integridad histórica del Kremlin. Los zares habían celebrado sus
coronaciones en la catedral de la Asunción, del siglo XV. Boris Yeltsin,
cuando ganó la reelección, consideró descartar ambos lugares y erigir un
escenario a la intemperie, pero luego tuvo que mudarlo al antiguo palacio
soviético debido a su frágil salud. Yeltsin estaba tan enfermo, su caminar era
tan tieso y su hablar tan tembloroso, que no pronunció discurso de investidura
y leyó su juramento de un teleprónter.[28] Putin decidió realizar su ceremonia
de investidura en el Salón de San Andrés del Gran Palacio del Kremlin, la
antigua residencia imperial construida por orden de Nicolás I. Los
planificadores del Kremlin sabían exactamente cuántos espectadores podían
entrar en el Palacio de Congresos, pero no tenían ni idea de cuántos cabrían
en el Gran Palacio. Para averiguarlo, trasladaron soldados en autobuses para
que se pusieran en posición de firmes y los contaron.[29] No podían
permitirse pasar por alto ningún detalle.