Page 253 - El nuevo zar
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árabe, tomaron posiciones entre el público. Llevaban pistolas y cinturones con
               lo que parecían ser explosivos, que amenazaban con hacer detonar si alguien
               se resistía o las autoridades se atrevían a entrar en el edifico. Las mujeres, de
               apenas diecinueve años, se hicieron conocidas como las «viudas negras», las

               esposas, hijas y hermanas de los combatientes chechenos que habían muerto
               en  la  guerra.  En  todos  los  años  de  lucha  en  Chechenia,  las  explosiones

               suicidas habían sido poco frecuentes y las mujeres resultaron ser un presagio
               aterrorizador del giro que estaba tomando la guerra en Chechenia. «Estamos
               en el sendero de Alá —declaró una de ellas—. Si morimos aquí, no será el
               final. Hay muchas de nosotras y esto continuará.»[40] Había novecientas doce

               personas dentro, incluido el elenco y su equipo, y extranjeros de Europa y
               Estados Unidos. La toma se desarrolló durante los siguientes dos días en un

               espectáculo  televisado  y  surrealista.  Baráyev  les  dijo  a  los  cautivos  que
               podían utilizar sus teléfonos para llamar a sus seres queridos y decirles que
               iban a morir si las autoridades no ponían fin a la guerra en Chechenia.


                    Ahora Putin estaba sitiado también. Había prometido limpiar Chechenia
               de bandidos, pero la guerra se había empantanado durante tres años y había
               devorado a soldados rusos y a miles de chechenos. Había perdido el apoyo
               popular  a  la  guerra  que  había  cultivado  al  comienzo.  Las  fuerzas  militares

               habían fracasado en su intento por controlar la insurgencia. Y, ahora, el FSB
               había fallado espectacularmente en detener un ataque terrorista en el corazón

               de Moscú. Putin canceló los planes para viajar a Alemania, Portugal y luego
               México, donde iba a encontrarse otra vez con George Bush. Al reunirse con el
               director  del  FSB,  Nikolái  Pátrushev,  le  ordenó  que  preparara  un  asalto  al
               teatro y autorizó negociaciones solo si estas permitían ganar tiempo. El FSB

               despachó  tres  equipos  de  comandos  a  la  escena.  Solo  su  primer  ministro,
               Mijaíl Kasiánov, protestó diciendo que un rescate podía provocar cientos de

               muertes. Putin lo envió en su lugar a la reunión internacional en México, al
               parecer para sacárselo de encima.[41]

                    Varios  periodistas,  funcionarios  y  políticos  destacados,  incluido  un

               representante  checheno  en  la  Duma,  Aslambek  Aslajánov,  llamaron  por
               teléfono  a  los  captores  dentro  y  finalmente  fueron  admitidos  para  negociar
               con ellos. Treinta y nueve de los rehenes fueron liberados pronto, la mayoría
               de  ellos  niños.  Grigori  Yavlinski,  cuyo  partido,  Yábloko,  era  severamente

               crítico con la guerra, entró en el teatro esa noche tras buscar la aprobación del
               Kremlin, que pareció incapaz de controlar a los intermediarios que entraban y
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