Page 255 - El nuevo zar
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Parecía  inminente  que  se  produjeran  más  liberaciones.  Un  rehén
               estadounidense, Sandy Booker, pudo llamar a la embajada de Estados Unidos.
               Le dijo al diplomático que encontró allí que Baráyev había aceptado liberar a
               los  extranjeros  a  la  mañana  siguiente.[44]  El  Kremlin  anunció  que  había

               convocado al enviado especial de Putin en la región sur, Víktor Kazántsev.
               Los  rebeldes  creyeron  que  llegaría  a  las  diez  de  la  mañana  siguiente,  pero

               Kazántsev nunca embarcó en el avión a Moscú.

                    El asalto al teatro comenzó, bajo las órdenes de Putin, poco después de las
               cinco de la mañana. Los terroristas parecían haberse relajado, previendo más
               negociaciones al día siguiente. Los comandos rusos ya se habían infiltrado en

               el  edificio  a  través  del  club  gay  e  insertado  dispositivos  de  escucha  para
               conocer las posiciones de los terroristas. Temiendo explosiones que pudiesen
               destruir el edificio, debían matar a los terroristas, no capturarlos.[45] Un gas

               inodoro  comenzó  a  colarse  en  la  sala  principal,  a  través  del  sistema  de
               ventilación  del  edificio.  Era  un  derivado  en  aerosol  de  un  anestésico

               poderoso, fentanilo, desarrollado por un laboratorio del FSB. La emanación
               del gas causó confusión entre los captores y los rehenes. Ana Adriánova, la
               rehén que Politkóvskaia había visto, llamó por teléfono a la estación de radio
               Ejo Moskvi y dijo que los terroristas parecían confundidos, pero no listos para

               ejecutarlos. «¿Puedes oírnos? —dijo ella después de que sonaran disparos—.
               Vamos  a  volar  todos  al  infierno.»[46]  Misteriosamente  no  fue  así.  El  gas

               durmió a la mayoría de los rehenes, mientras los comandos luchaban batallas
               a punta de pistola con los terroristas que no estaban en la sala principal o no
               habían sido afectados por el gas. La lucha duró más de una hora antes de que
               Baráyev fuera acorralado en el rellano del segundo piso, detrás de la platea

               alta. Todos los cuarenta y un captores murieron, muchos por disparos en la
               cabeza.

                    El rescate parecía una victoria sin atenuantes, excepto que los hombres

               que planificaron y llevaron a cabo la redada no habían pensado en el efecto
               que tendría el gas en los rehenes debilitados. La redada exitosa se convirtió en

               un desastre. Las primeras víctimas inconscientes fueron evacuadas a las siete
               en  punto  y  colocadas  en  hileras  en  los  escalones  de  la  entrada  del  teatro,
               seguidas de más y más. Algunos ya habían muerto, pero muchos otros estaban
               solo  inconscientes,  acostados  entre  las  pilas  crecientes  de  cadáveres.  Los

               equipos  de  rescate  se  vieron  abrumados.  Estaban  preparados  para  tratar
               heridas de bala y de fragmentos de bomba, no personas ahogadas por haberse
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