Page 260 - El nuevo zar
P. 260

pero  era  demasiado  joven  entonces  para  haber  experimentado  cómo  era
               trabajar  en  el  sistema  soviético  y  «no  había  aprendido  a  temerle».[2]
               Jodorkovski era un hombre intenso de pelo rapado y ya entrecano. Era menos
               ostentoso que otros oligarcas de los años noventa que burlaban las reglas y

               alardeaban de su influencia, aunque no menos poderoso. Luego de abandonar
               el estilo desgreñado y el bigote que había preferido de joven, ahora adoptaba

               el estilo de un asceta corporativo, un Bill Gates ruso. Usaba gafas sin marco y
               prefería  los  jerséis  de  cuello  alto  en  lugar  de  los  trajes.  Se  volcaba  al
               extranjero,  en  especial  a  los  estadounidenses,  para  proveerles  su  pericia  en
               extracción  de  petróleo  y  para  hacer  de  Yukos  un  modelo  de  corporación

               internacional,  moderna  y  transparente.  Como  empresario,  era  ambicioso  —
               muchos lo creían despiadadamente ambicioso—, pero, para cuando ascendió

               Putin,  su  ambición  ya  no  era  la  mera  acumulación  de  riqueza.  Como  los
               magnates  ladrones  de  Estados  Unidos  en  la  Gilded  Age,*  se  volcó  a  la
               filantropía  para  pulir  su  imagen,  y  donaba  dinero  para  becas  y  ayuda  a

               víctimas de catástrofes. En 2001, creó una organización llamada Open Russia,
               que seguía el modelo del Instituto Sociedad Abierta, de George Soros, para
               fomentar el desarrollo, la salud y el bienestar social de la comunidad y las

               pequeñas empresas. Aunque muchos tenían una visión cínica respecto de él,
               Jodorkovski imaginaba que podía crear la clase de sociedad que Komsomol
               nunca  creó  en  tiempos  soviéticos:  abierta,  educada,  libre  para  nadar  en  el

               mercado libre y cada vez más conectada con el mundo entero.

                    Jodorkovski no conocía bien a Putin —se habían encontrado por primera
               vez después de que Putin se hubiese convertido en primer ministro— y tenía
               algunas  dudas  acerca  de  él  como  reemplazo  de  Yeltsin.  De  todos  modos,

               quería  ayudar  a  Putin  a  fortalecer  los  cimientos  legales  del  capitalismo
               moderno.  Creía  en  los  instintos  democráticos  de  Putin,  aunque  la  primera

               impresión que tuvo de él fue la de «una persona común y corriente», cuya
               educación en un patio de Leningrado y en el KGB le había dejado una marca
               indeleble: no creía en nadie excepto en «los suyos», es decir, su gente.[3] Para

               el  momento  de  la  reunión  en  2003,  Jodorkovski  se  había  convertido  en  el
               hombre más rico de Rusia, y Putin se había convertido en el más poderoso.
               Un choque entre ellos era probablemente inevitable, pero ese día de invierno

               nadie lo vio venir.

                    Por debajo de la cúpula del Salón de Catalina, fundido en la pálida luz del
               invierno,  Jodorkovski  pronunció  un  discurso  en  nombre  del  sindicato  de
   255   256   257   258   259   260   261   262   263   264   265