Page 258 - El nuevo zar
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LOS DIOSES DORMÍAN EN SUS
CABEZAS
El 19 de febrero de 2003, Putin mantuvo otra de sus reuniones periódicas en
el Kremlin con los banqueros, industriales y petroleros de Rusia: los oligarcas
que tanto dominaban la era postsoviética. En su primera reunión en 2000,
Putin había llegado a reconciliarse con la mayoría de ellos —a pesar de
Gusinski y Berezovski— en un pacto informal: podían conservar su riqueza
en tanto se mantuvieran fuera de los asuntos del Estado. No iba a dar marcha
atrás con las controvertidas privatizaciones de la década de 1990, con lo cual
dejaría a los oligarcas con sus ganancias, siempre y cuando ellos, en
deferencia hacia el Kremlin, pusieran fin a sus batallas sangrientas e
irresponsables por riquezas aún más grandes. «¿Cuál debería ser entonces la
relación con los así llamados oligarcas? La misma que con cualquiera. La
misma que con el dueño de una pequeña panadería o un local de reparación
de calzado», escribió en una carta abierta a los votantes en Izvestia durante su
campaña.[1] Cuando Putin llegó al poder, los periodistas y los observadores
políticos, acostumbrados a la kremlinología de la década de 1990, habían
buscado pruebas de la influencia de los oligarcas, al malinterpretar que ya no
moverían los hilos. Vladímir Gusinski había huido del país. Lo mismo Boris
Berezovski, que presuntuosamente se declaró líder de la oposición en el
exilio. El resto se adaptó a la era de Putin.
El acuerdo en 2000 fue una tregua negociada; en líneas generales, ambos
lados se atuvieron a las condiciones. Contrariamente a la percepción popular,
Putin no insistió en que los oligarcas se mantuvieran completamente fuera de