Page 263 - El nuevo zar
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en sus discusiones y trabajos académicos se convirtieron en la base de una
               estrategia para restablecer el dominio del Estado sobre los vastos recursos de
               gas y petróleo de Rusia. Litvinenko, un geólogo respetado, abogaba por un
               mayor control del Estado no como un medio para resucitar su atormentada

               economía,  sino  para  restablecer  la  condición  de  Rusia  de  superpotencia.
               «Estos recursos son el principal instrumento en nuestras manos —en especial,

               las de Putin— y nuestro argumento más fuerte en geopolítica», declaró.[11]

                    La  estrategia  de  Putin  para  ampliar  el  control  del  Estado  sobre  los
               recursos  naturales  había  sido  sensata  y  gradual,  y  mantenía  un  equilibrio
               cauteloso entre los liberales y los de línea dura en su propio círculo interno.

               En 2001, nombró a otro asistente de San Petersburgo, Alekséi Miller, como
               director  ejecutivo  de  Gazprom,  el  emprendimiento  estatal  que  nunca  había
               sido  oficialmente  privatizado,  aunque  sus  altos  ejecutivos  habían  ido

               adquiriendo acciones de forma paulatina, lo cual dejó al Estado con solo un
               38  %  de  participación.  Le  dio  a  Miller,  de  solo  treinta  y  nueve  años,  «un

               mandato  entero  para  el  cambio»,  que  en  los  siguientes  dos  años  significó
               llevar  la  vasta  compañía  —y  sus  acciones—  de  regreso  a  las  manos  del
               Kremlin.[12]  También  reafirmó  el  control  del  Estado  sobre  Rosneft,  la
               compañía  a  la  que  Jodorkovski  acusaba  de  corrupción.  Creada  como  una

               empresa estatal en 1992, Rosneft apenas logró sobrevivir a los años noventa,
               cuando  sus  mejores  activos  fueron  saqueados  por  rivales,  especuladores  y

               gánsteres.[13] No se había vendido en subasta en 1998, cuando la Rusia de
               Yeltsin  estaba  desesperada  por  disponer  de  efectivo,  porque  ya  había  sido
               minuciosamente desvalijada. Cuando Putin llegó al Kremlin, brindó su apoyo
               a la compañía y se dispuso a reconstruirla. Una fuerza impulsora detrás del

               esfuerzo  —por  entonces  no  público  aún—  fue  Ígor  Sechin,  el  hombre  que
               solía cargar con las maletas de Putin y recibir a sus visitantes en la oficina del

               alcalde en San Petersburgo.

                    Desde el comienzo, Putin alternó entre liberalismo y estatismo, entre los
               reformistas por un lado y los de línea dura por el otro. El equipo en el que

               confiaba —quienes eran casi todos de San Petersburgo— abarcaba a ambos.
               Incluía a economistas y académicos que presionaban para abrir los mercados,
               y los siloviki que, como Sechin, provenían de los servicios de seguridad o el
               Poder Judicial y que favorecían el fortalecimiento del control del Estado sobre

               la  sociedad,  las  empresas  y  la  política.  Durante  toda  su  presidencia,  los
               periodistas y los analistas diseccionaron las decisiones de Putin para calibrar
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