Page 259 - El nuevo zar
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la política —algunos, como Román Abramóvich, detentaron cargos electos—;
bastaba que no hicieran nada para oponerse al Kremlin. A su vez, los
magnates aceptaron pagar impuestos y evitar disputas públicas con Putin
acerca de políticas que podían afectar sus fortunas. También se unieron
diligentemente al Sindicato Ruso de Industriales y Empresarios, que se
convirtió en el foro institucionalizado para debatir problemáticas a las que
hacía frente la economía de Rusia. Sus reuniones subsiguientes con Putin
habían sido de perfil bajo, dedicadas a impuestos y reformas legales, la
perspectiva de unirse a la Organización Mundial del Comercio y el destino de
la apremiada industria automotriz.
Ahora, en 2003, una veintena de los hombres más ricos del país —cuya
fortuna, sumada, era mayor que la economía entera de muchos países— se
reunieron otra vez para debatir sobre algo mucho más delicado: la
intersección entre las empresas y el Gobierno, ese nexo sombrío en que
florecía la corrupción. En el Salón de Catalina en el Kremlin, una sala de
audiencias oval en tonos azul pálido y dorado, y decorada con esculturas
alegóricas llamadas «Rusia» y «Justicia», Putin dio inicio a la reunión,
trazando sus propuestas para una reforma administrativa, que había prometido
cuando se reunieron el año anterior. «Conversamos acerca de la interpretación
arbitraria de la ley por parte de algunos organismos, el actuar caprichoso de
los burócratas y demás», contó Putin en el entrecortado tono administrativo
que utilizaba para sus apariciones televisivas. «Al respecto, se planteó de
forma reiterada la cuestión de la corrupción y su persistencia en el país», dijo,
en el tono del reformista que había prometido ser cuando asumió el cargo.
«Es obvio que la corrupción no puede erradicarse solo con medidas punitivas.
Es posible lograr mucho más creando condiciones en el mercado para que sea
más fácil obedecer las reglas que romperlas.»
Los magnates habían acordado por adelantado una agenda para
presentarle a Putin y esperaban que fuera un encuentro tenso. Alekséi
Mordashov, de Severstal, una compañía de minería y acero, habló primero,
refiriendo los obstáculos administrativos existentes para el desarrollo de
empresas pequeñas y medianas. El segundo orador fue Mijaíl Jodorkovski.
Con solo treinta y nueve años, Jodorkovski presidía un imperio de banca y
petróleo que incluía a Yukos Oil, la cual había adquirido a través de un
acuerdo de privatización tan turbio como la mayoría en la década de 1990.
Siendo estudiante en tiempos soviéticos, había sido miembro de Komsomol,