Page 269 - El nuevo zar
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presidente de lo que volvió a ser parte constitutiva de la Federación de Rusia.
Las rigurosas medidas que siguieron a la toma de Nord-Ost no pusieron fin a
los ataques terroristas, sino que intensificaron la radicalización del
movimiento independentista checheno. Las explosiones suicidas, de las que
casi no se había oído hablar durante la primera década de combate en
Chechenia, se volvieron espantosamente comunes. El 12 de mayo de 2003, un
camión cargado de explosivos fue conducido hasta la entrada de seguridad de
un complejo gubernamental en la ciudad de Znamenskoie, en Chechenia, y
mató a una cincuentena de personas, muchas de ellas civiles de viviendas
cercanas que fueron arrasadas por la fuerza de la explosión. Dos días después,
dos mujeres se aproximaron al propio Kadírov durante un festival religioso
que conmemoraba al profeta Mahoma en un pueblo al este de Grozni e
hicieron detonar sus cinturones con explosivos. Kadírov escapó ileso, pero
murieron quince personas, entre ellas cuatro de sus guardaespaldas. Otra
«viuda negra», como pasó a conocerse a estas mujeres terroristas, hizo
detonar sus explosivos al subir a un autobús en Mozdok en junio y mató a
dieciocho personas. En julio, dos mujeres hicieron lo mismo en un festival de
rock anual en Moscú al que asistieron treinta mil personas.
Hasta la caída de Irak en una guerra sectaria en 2006, ningún otro país en
el mundo, ni siquiera Israel, había afrontado una campaña terrorista de esa
escala. Putin podía hacer poco más que reiterar su compromiso de destruir a
los bandidos que él había prometido «tirar por el retrete» en 1999. La
determinación de Putin de poner fin a la toma del teatro, a pesar de las
muertes evitables de tantos rehenes, le brindó apoyos, pero parecía cada vez
más a la deriva. Los mayores éxitos de su presidencia habían llegado durante
sus primeros dos años, pero ahora parecía haber perdido energía. La economía
de Rusia continuaba mejorando, expandiendo las oportunidades de millones,
pero muchos trabajadores permanecían atrapados en industrias de la era
soviética —minas, fábricas, granjas— que se resistían a la modernización.
Rusia todavía no se había convertido en Portugal. La reforma militar que
había prometido avanzaba lentamente contra la inercia institucional. El
sistema sanitario funcionaba con sobornos, mientras la expectativa de vida de
los hombres seguía disminuyendo, como la población entera, que se reducía
en casi un millón por año. La prosperidad de Putin estaba beneficiando a
muchos, pero sobre todo a los que ya estaban en la cima o los que se apiñaban
en las ciudades principales. Mijaíl Kasiánov, su primer ministro, llevó a cabo