Page 270 - El nuevo zar
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las tareas internas y económicas que había prometido a Putin, pero sentía que
               el Kremlin no tenía nuevas iniciativas para ofrecer y que estaba retrocediendo
               respecto de algunas que había lanzado.[24]

                    Incluso  el  líder  del  partido  de  Putin,  Boris  Grízlov,  que  había  prestado

               servicios como ministro del Interior, dijo que el Gobierno del que era parte
               había  «perdido  en  gran  medida  la  capacidad  para  solucionar  enérgica  y
               resueltamente  los  problemas  más  apremiantes  y  dolorosos  que  afrontaba  el

               país».[25] Carente de nuevas ideas, el equipo de Putin se obsesionó con el
               riesgo político que planteaban las elecciones parlamentarias de diciembre de
               2003,  con  igual  determinación  que  Yeltsin  en  los  años  menguantes  de  su

               presidencia. La pluralidad de Rusia Unida en la Duma ya no era segura, y el
               Kremlin  debía  cerciorarse  de  que  no  se  produjera  una  composición  que
               desafiara la primacía de Putin. Sobre todo, el Kremlin no podía permitir que

               emergiera  una  nueva  figura,  una  nueva  fuerza  política  o  un  nuevo  líder
               preparados para ofrecer una alternativa al país.






               A finales de mayo de 2003, un tratado que circulaba en Moscú provocó un
               alboroto público. Estaba redactado por un grupo fundado el año anterior, el

               Consejo para la Estrategia Nacional. El consejo estaba integrado por veintitrés
               expertos de todo el espectro político que parecían disentir respecto de todo,
               incluso del tratado. Sus progenitores ideológicos eran Iósif Diskin, que era
               cercano  al  Kremlin,  y  Stanislav  Belkovski,  un  estratega  político  que  había

               estado implicado en la red de Boris Berezovski. El trabajo de un think tank
               pudo haber languidecido en el olvido, excepto que este fue presentado a Putin

               por dos de sus subalternos más firmes, Sechin y Víktor Ivanov, como prueba
               de la amenaza a la que se enfrentaba el Kremlin.[26] El tratado, titulado «El
               Estado y los oligarcas», argüía que algunos de los titanes corporativos del país

               estaban conspirando para usurpar el gobierno de Rusia buscando legitimidad
               internacional  para  sus  riquezas.  Su  camino  al  poder  no  buscaba  desafiar
               directamente a Putin, sino empoderar al Parlamento y establecer una nueva

               forma de gobierno, un sistema parlamentario que sería liderado por el primer
               ministro, no el poderoso presidente instalado en el Kremlin. «El favorito de
               semejante  Gobierno,  formado  conforme  a  una  nueva  Constitución,  se

               considera  que  es  Mijaíl  Jodorkovski»,  advertía.[27]  El  informe  pasaba  por
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